N° 26 noviembre - diciembre 2001
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Pancho Cordovez

Pan de finados


Pese a la modernización de los cementerios entendida como recubrimiento de las tumbas con azulejos y cerámicas de los más diversos colores y texturas, del adorno de los nichos con flores de plástico y con multitud de lamparillas, todavía en ciudades capitales, alcaldías y parroquias principales hay tiempo para las comidas especiales del día de difuntos. Pan y colada morada se encuentran en las casas de los vivos, en mercados, en panaderías modernas y en las pocas que utilizan homos que se calientan con leña.

Pese a los cambios que producen las migraciones, la transferencia de capitales, los negocios de pesticidas y abonos químicos, el abandono del campo, la tecnología y el aumento de la expectativa de vida —la mortalidad infantil es más notoria porque la gente tiene menos hijos—, la tradición prosigue, aunque sea encubierta y en ocasiones junto a la moda de cremar los cadáveres y de conservar sus cenizas en discretos vasos de alabastro. Estos vasos armonizan con equipos de música y lámparas de estilo “deco”.

Semanas antes del día de difuntos los supermercados ofrecen a sus clientes guaguas de pan. Ya nadie se fija en soldados y palomas de pan. Generalmente la masa de las generalizadas guaguas es especial, calidad que no significa sabor ni textura especiales. Los adornos simétricos se hacen con azúcar glasé de colores, que se desbaratan en la puerta del supermercado.

En Riobamba, Ambato, Latacunga e Ibarra existen panaderías que se esmeran con sus masas, los clientes acuden a ellas anticipadamente y ordenan sus pedidos. De año en año varía la calificación de ese pan y así objeciones y méritos son la conversación de la familia: que si se usó mantequilla, que faltaron huevos, que faltó manteca, que mi abuelita decía...

En las alcaldías pequeñas todavía se trabaja el pan de finados en familia. Cuando se quiere hacerlo bien se debe reservar el derecho al horno. También en esta práctica se respeta la tradición. A ese horno fueron los antepasados y por algo sería, pero en todos los hornos el proceso es el mismo puesto que se los calienta con leña de eucalipto y se barre su interior con escoba de retama.

Las fórmulas son el secreto de familia, porque de otro modo la comparación no tendría sentido. Solo se dirá que no siempre la cantidad de levadura es la acertada. La justificación en este caso es poco clara: si fue mucho o fue poco, nadie lo sabe. Mas, cuatro asuntos son ineludibles: a) los adornos de guaguas, soldados y palomas se hacen con la misma masa teñida con negro de humo y colorantes vegetales, los primeros son incomibles; b) después de amasar la primera vez se deja leudar en lugar tibio; cuando la masa se ha hinchado y antes de la presencia de grietas, se procede a amasar por segunda vez; c) huevos, manteca de cerdo y mantequilla son imprescindibles, por cierto en cantidades generosas; d) el calor del horno se adivina y casi siempre el color blanco de los residuos de ceniza es un buen indicador.

El pan de finados, denso y agalletado, es sin igual. Solo este pan puede acompañar a la colada morada, suave y atrapada en el sabor intenso de la flor de la canela. Las abuelas guardan guaguas y soldados para saborearlos día tras día, hasta cuando sus muertos y ellas mismas salgan purificados del purgatorio.



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