Las comidas del día de difuntos, sin
duda, son la mazamorra morada y las guaguas
de pan. Pero la afirmación se aplica
exclusivamente a la población urbana.
Lo urbano se define claramente en las ciudades
capitales de provincias y en otras con número
importante de habitantes; sin embargo, debido
a las diferencias culturales que caracterizan
a los ecuatorianos, la noción de urbanidad
puede tornarse ambigua.
Tal es el caso, a modo de ejemplo, de una
familia quichua originaria de alguna comuna
de la provincia de Cotopaxi que trabaja en
Quito ya sea en el comercio, ya sea en la
construcción, que viaja a su lugar
natal para honrar a sus muertos. Esta familia,
primero revisa su capital y organiza sus gastos:
costos de traslado, de pan, de insumos para
la colada, de la preparación de los
cuyes, de las bebidas, etc.
Una vez cumplida la estrategia mencionada,
la familia se dirige a su caserío.
En una polvorienta ladera las casitas cubiertas
con hojas de zinc resplandecen por efecto
del tiránico sol de fines de octubre
y comienzos de noviembre. Lista la chicha,
adquirido el pan, asados los cuyes, comprada
la corona de flores de papel o de plástico,
los integrantes de la familia bajan al cementerio
del poblado cercano. Encuentran a los improvisados
albañiles que arreglan las cruces,
que las pintan de blanco y las adornan con
dibujos de flores. En el laberinto los vivos
siempre encuentran el sitio en donde dejaron
a sus difuntos. Extienden un mantel y sobre
éste colocan el pan, la chicha, las
papas cocidas y los cuyes asados. Al atardecer
del primero de noviembre el cementerio se
llena de luminarias. Los familiares inician
una conversación interminable y solo
coherente para ellos. Al siguiente día,
los agotados deudos consumen los alimentos.
En ocasiones echan chorritos de chicha en
el suelo. Observan el interior del pan porque
los difuntos comen la miga junto con la carne
del cuy. La colada morada queda para el último.
Entre tanto, un viejo sacristán salmodia
una plegaria ininteligible, a modo de responso.
El sacristán cobra unos centavos.
En un escrito de Darío Guevara Mayorga,
que rememora un día de difuntos de
los años treinta, se dice que los indios
de Tungurahua solían pasar la noche
delante de la iglesia de Santo Domingo de
Ambato. Dice que las ofrendas fueron panes,
cuyes, chicha, papas cocidas y frutas. No
sabemos si la costumbre ha cambiado. En todo
caso, la gente de las ciudades llega a los
cementerios con flores y luego, sin saber
cómo ni por qué busca la colada
morada y las guaguas de pan. Para la gente
de la ciudades lo que cuenta es el sabor y
quizá la ráfaga de recuerdos
que provocan estas cosas.