N° 24 Julio - agosto de 2003
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Por Eduardo Almeida
Ilustración tomada de Monumentos Arqueológicos del Ecuador. 2003

Puntiachil


La primera noticia de este sitio prehispánico se debe a la descripción del marino español Antonio de Ulloa, integrante de la misión geodésica francesa que se hallaba en la Audiencia de Quito realizando las mediciones de un arco de meridiano terrestre.

En aquella época, 1740, al pasar por el pueblo de Cayambe identificó un templo o adoratorio hecho de adobes: “Su fábrica es en una eminencia, donde se levanta el terreno del mismo pueblo y forma como un montecillo no muy alto; su figura perfectamente circular; y la capacidad, bastante pues su diámetro será de ocho tuesas que hacen de 18 a 20 varas con corta diferencia, y a su respeto tiene 60 varas de circuito. De este edificio no han quedado más que las paredes que se mantienen todavía en buen estado de firmeza...”

De este relato se puede inferir que aquel adoratorio, de forma cilíndrica y probablemente de cangagua, se hallaba en la cima de una plataforma artificial, que Ulloa la denomina “montecillo”.

Los datos nos conducen a relacionar este testimonio con el pueblo Caranqui, cuyo espacio territorial se delimitó entre los valles de los ríos Chota por el norte y Guayllabamba por el sur, área que, actualmente pertenece a la jurisdicción de las provincias de Imbabura y Pichincha, donde se encuentran decenas de agrupamientos de montículos artificiales, conocidos tradicionalmente como tolas, asociadas a pirámides truncadas de forma cuadrangular, con o sin rampa de acceso.

Estas últimas estructuras, por su dimensión y fuerza de trabajo invertida, fueron centros de poder político de los caciques o señores étnicos, mientras que los montículos circulares son monumentos funerarios y los rectangulares, fueron base de viviendas.

Puntiachil, en el contexto que acabamos de reseñar, es uno de tantos sitios de ocupación de los antiguos Caranquis, lamentablemente destruido por la expansión urbana de la ciudad y la incontrolable actividad de los ladrilleros, que desde hace más de treinta años, utilizan la tierra de las tolas y pirámides. De este asentamiento, que debió estar conformado por dos o tres pirámides truncadas, lo único que se conserva es parte de una de ellas, ubicada al oriente del cementerio de la ciudad. Por tratarse de propiedad privada, está restringida la visita.

Sin embargo, las comunidades campesinas del cantón, cada año (a fines de junio) reeditan la tradicional fiesta de San Pedro (Inti Raymi) y suben a la pirámide truncada para realizar un acto de reencuentro con su espacio sagrado ancestral, en medio de un derroche de música, color y alegría



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