La primera noticia de este sitio prehispánico
se debe a la descripción del marino
español Antonio de Ulloa, integrante
de la misión geodésica francesa
que se hallaba en la Audiencia de Quito realizando
las mediciones de un arco de meridiano terrestre.
En aquella época, 1740, al pasar por
el pueblo de Cayambe identificó un
templo o adoratorio hecho de adobes: “Su
fábrica es en una eminencia, donde
se levanta el terreno del mismo pueblo y forma
como un montecillo no muy alto; su figura
perfectamente circular; y la capacidad, bastante
pues su diámetro será de ocho
tuesas que hacen de 18 a 20 varas con corta
diferencia, y a su respeto tiene 60 varas
de circuito. De este edificio no han quedado
más que las paredes que se mantienen
todavía en buen estado de firmeza...”
De este relato se puede inferir que aquel
adoratorio, de forma cilíndrica y probablemente
de cangagua, se hallaba en la cima de una
plataforma artificial, que Ulloa la denomina
“montecillo”.
Los datos nos conducen a relacionar este testimonio
con el pueblo Caranqui, cuyo espacio territorial
se delimitó entre los valles de los
ríos Chota por el norte y Guayllabamba
por el sur, área que, actualmente pertenece
a la jurisdicción de las provincias
de Imbabura y Pichincha, donde se encuentran
decenas de agrupamientos de montículos
artificiales, conocidos tradicionalmente como
tolas, asociadas a pirámides truncadas
de forma cuadrangular, con o sin rampa de
acceso.
Estas últimas estructuras, por su dimensión
y fuerza de trabajo invertida, fueron centros
de poder político de los caciques o
señores étnicos, mientras que
los montículos circulares son monumentos
funerarios y los rectangulares, fueron base
de viviendas.
Puntiachil, en el contexto que acabamos de
reseñar, es uno de tantos sitios de
ocupación de los antiguos Caranquis,
lamentablemente destruido por la expansión
urbana de la ciudad y la incontrolable actividad
de los ladrilleros, que desde hace más
de treinta años, utilizan la tierra
de las tolas y pirámides. De este asentamiento,
que debió estar conformado por dos
o tres pirámides truncadas, lo único
que se conserva es parte de una de ellas,
ubicada al oriente del cementerio de la ciudad.
Por tratarse de propiedad privada, está
restringida la visita.
Sin embargo, las comunidades campesinas del
cantón, cada año (a fines de
junio) reeditan la tradicional fiesta de San
Pedro (Inti Raymi) y suben a la pirámide
truncada para realizar un acto de reencuentro
con su espacio sagrado ancestral, en medio
de un derroche de música, color y alegría
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