E s la más norteña de las tres especies de caracara del país y la que vive más alto. Se trata de una rapaz mediana con largas patas para caminar en el páramo. Así busca su alimento: salta de aquí para allá en pos de carroña, semillas, insectos, lagartijas, ratones o cualquier bicho pequeño. Lo hace solo o en parejas, que suelen ser monógamas incluso por años. Lo hace en silencio, aunque sus espaciados ladridos puntean el silencio estepario. Su vistoso baile de cortejo se evoca en fiestas y canciones andinas. Entre septiembre y octubre la hembra pone dos huevos sobre nidos de palos en rocas con grietas. Las crías volarán en enero.
Los chagras se reconocen en ellos, quizá por los zamarros de plumas o por su gran pinta, en general. La elegancia del blanco sobre el negro lustroso se acentúa cuando vuelan, y el bermejo de los pliegues de su cara se enciende en época de reproducción. Se dice que las plumas del curiquingue adornaban la corona del Inca.