Este habitante de parajes abiertos, zonas intervenidas y fincas es inconfundible por el intenso rojo de su pecho y cabeza. A pesar de medir solo quince centímetros es uno de los más memorables visitantes de nuestros jardines. Como otros atrapamoscas, se posa en una percha o rama baja. Ahí espera que un insecto pase cerca, se lanza al vuelo, lo atrapa y vuelve a posarse. El macho puede pasar hasta 90% de su tiempo sobre un palo atrapando insectos o buscando aparearse.
El cortejo usualmente inicia cuando el macho entrega a la hembra –café, sin el llamativo colorido del macho– un insecto vistoso, como una mariposa. Luego el macho realiza espectaculares vuelos con su cresta levantada. Los dos construyen un sencillo nido de palitos, musgo y plumas en la juntura de dos ramas. La hembra pone de 2 a 4 huevos que reventarán en 12 días. Luego de otros 15, los polluelos están listos para volar.
Hermosas leyendas hay en su torno. Una dice que cuando muestra el pecho de frente, se puede pedir un deseo. Otra cuenta que cuando Jesús estaba en la cruz, un pajarito sin gracia le quitó de su corona una espina particularmente dolorosa. De la gota de sangre que le cayó proviene el color de todos sus descendientes.