Actualmente
la zona forma parte de la Reserva de Producción
Faunística Cuyabeno. En 1979 el gobierno
militar creó, a través de un solo
decreto, una serie de reservas en la Amazonía
(Sangay, Cuyabeno y Yasuní). Ésta
fue la estrategia escogida para mitigar los
efectos ambientales de la expansión del
propio estado a través de la industria
petrolera. Aunque no es difícil imaginar
qué hubiera sido de los bosques nororientales
sin la Reserva Cuyabeno (como indicación,
tomemos la desaparición del 95% del bosque
de la costa), la estrategia aparece insuficiente
para frenar la voracidad de una sociedad obsesionada
con el crecimiento, el consumo y el confort.
La primera vez que visité el área
fue hace casi once años, cuando hacía
un estudio sobre arañas sociales. Nunca
olvidaré la impresión que me causó
dejar el río Cuyabeno para ingresar en
la Laguna Grande. Un paisaje amplio, diáfano,
fresco se abrió ante mí repentinamente,
como una ironía. Y es que lo que se me
ofrecía no concordaba con las imágenes
que yo tenía de la Amazonía, adquiridas
en mis visitas a otras zonas y, claro, influenciadas
por las representaciones colectivas de la región:
monótonas extensiones de bosque inhospitalarias
a la vida humana, selvas “vírgenes”
e inmutadas desde los tiempos de la creación,
hordas de salvajes con características
de niños y de monstruos...
En Cuyabeno se me revelaron otras facetas de
la Amazonía. En lugar de un vasto bosque
uniforme encontré una gran diversidad
de paisajes: el bosque inundado por aguas negras,
un verdadero té de hojas de selva, que
forma el complejo lacustre del Cuyabeno; el
imponente río Aguarico con sus rápidos
y sus bancos de arena arrastrada desde los Andes;
los laberintos acuáticos del río
Lagarto donde los delfines juegan a las escondidas;
la majestuosidad de Zancudococha, la laguna
más grande de la Amazonía, oculta
tras una barrera de palmares pantanosos. También
hay tierras altas, tierras secas, donde desde
hace centurias se asientan poblaciones humanas
para cultivar yuca y maíz o para cazar.
Al contrario de lo que comúnmente percibe
un forastero, estos bosques han sido modificados
sustancialmente por la actividad humana desde
mucho antes de la llegada de los españoles.
Se piensa que la gente Omagua que habitaba estas
tierras en épocas precolombinas lo hacía
en asentamientos mucho más densos que
los que encontramos ahora. Durante siglos y
hasta el presente la agricultura itinerante,
el fuego utilizado para abrir las chacras, la
recolección de frutos, la creación
de huertos y la relocalización voluntaria
de especies constituyen una parte fundamental
de la dinámica del bosque, incluso contribuyendo
a su diversidad.
Los pueblos que aquí viven tampoco tienen
un pasado estático, ni pertenecen a la
edad de piedra como frecuentemente se los figura.
Cada uno tiene una historia particular de interacción
con la naturaleza y con otros pueblos a través
de la cual ha ido moldeando su cultura. Por
las características del medio y de su
sistema de creencias, los pueblos Amazónicos
se caracterizan por una gran movilidad, ocupando
sucesivamente diferentes territorios.
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el artículo completo en la edición
No 10
de ECUADOR TERRA
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