Marzo 2001
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Por Juan Manuel Carrión
Foto Andrés Vallejo

El Pasillo, canción del ser ecuatoriano

Cualquier lugar es bueno cuando se trata de música. Para soportar todo el sentimiento de los intérpretes se hace necesario un camión como improvisado escenario en las celebraciones de Naranjito.

En la música ecuatoriana se advierte claramente aquella condición de diversidad que caracteriza tanto a la cultura como a la naturaleza de este pequeño país de montañas en tierras tropicales. Rica en sus matices, profunda en sus contenidos y cargada de contrastes en sus expresiones, nuestra música se desarrolla afianzada en raíces que fusionan los sonidos del ancestro indígena con el alegre jolgorio de la guitarra española y el frenesí rítmico del tambor africano. Los géneros musicales populares del Ecuador, al ser producto del mestizaje, se han convertido en uno de los principales referentes de nuestra identidad colectiva.

Los danzantes, yaravíes y yumbos de la Sierra evocan la musicalidad de los rituales indígenas. El lento acompasar del bombo, que parece marcar el latir del corazón de la PachaMama, es una invitación para que pingullos y rondadores silben dolientes melodías inspiradas en el frío recogedor del páramo; como para volar junto a los cóndores y soportar al viento con la rigidez de las chuquiraguas. Pero así como el páramo se transforma en días soleados en un escenario poblado de luz para resaltar las altas cumbres nevadas sobre el limpio manto azul del cielo ecuatorial, así también el viento de los carrizos se hace fiesta, junto a guitarras y violines, para bailar su danza en honor al Sol al ritmo del sanjuanito. El Inti Raimy, fiesta del Sol para los indígenas y fiesta de San Juan en el santoral católico, es, al ritmo del sanjuanito, el mejor ejemplo del sincretismo —fusión entre lo indígena y lo español— propio de la culturalidad popular del Ecuador.

Si el rondador es el instrumento musical indígena del Ecuador por antonomasia, la guitarra representa el contenido ibérico de nuestras canciones. La guitarra es la compañera inseparable de los montubios de la Costa a la hora de cantar los amorfinos, una suerte de contrapunto en el cual los trovadores se responden mutuamente con inagotables coplas aprendidas por tradición oral.

Sin guitarra no existen serenatas; sin ella no se podrían cantar coplas, tonadas, ni los alegres albazos, canciones de amanecida. El nombre albazo se deriva de un canto con el que se remata la serenata, un canto que se entona al momento del alba.

Lee el artículo completo en la edición No 11
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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