Mientras
la mayoría de nosotros dejamos pasar
el agua sin percatarnos de donde viene ni adonde
va, parecería que los cactus, de tanta
necesidad y obsesión por encontrarla,
hubieran sido encantados por ella para guardarla
y protegerla.
Los cactus necesitan agua para vivir como el
resto de plantas; sin embargo, para resistir
las condiciones extremas de calor y sequía
en las zonas áridas y desérticas,
han modificado su funcionamiento y forma para
economizar agua y ser, en cierto modo, independientes
de su disponibilidad inmediata en el entorno.
Las hojas, cuya función es la respiración
y la fotosíntesis, en los cactus se han
modificado en espinas; de esa manera evitan
la pérdida de agua, al reducir la superficie
de evaporación. En los tallos y raíces
se han desarrollado adaptaciones opuestas a
las que ocurren en las hojas. Los tallos han
ampliado su grosor con tejidos suculentos y
células para almacenar agua, convir-tiéndose
en verdaderas esponjas. Además, contienen
clorofila, que permite la fotosíntesis,
función muy importante para la producción
de alimento que ya no cumplen las hojas-espinas.
Las raíces son suculentas, abundantes
y se extienden cubriendo grandes distancias
para aprovechar al máximo la disponibilidad
de agua y absorberla rápidamente antes
de que ésta se evapore o se filtre. Las
flores se insertan directamente en el tallo
y son vistosas para llamar la atención
de sus polinizadores, especialmente abejas,
polillas, colibríes y murciélagos.
Frecuentemente son de color amarillo, anaranjado,
rojo y lila. Algunos de los carnosos y jugosos
frutos son comestibles y contienen un alto número
de semillas.
Están cubiertos por una armadura verde,
compuesta por una gruesa cutícula que
evita que se deshidraten y se marchiten, y cientos
de filudas espinas que los protegen de los sedientos
animales.
Los cactus son originarios del Nuevo Mundo y
están distribuidos en las regiones áridas,
desde Canadá hasta la Patagonia. En el
siglo XV los descubridores y conquistadores
de América se deslumbraron con estas
plantas, e incluso hay quienes dicen que fue
el mismo Cristóbal Colón quien
llevó el primer cactus a Europa. Actualmente
existen especies de cactus repartidas por todo
el Viejo Mundo (Europa, Asia, África)
y en Oceanía.
El conocimiento sobre los cactus no inicia con
la llegada de los españoles al hemisferio
occidental. Antes, los nativos americanos ya
sabían acerca de estas plantas: los incas
utili- zaban el “san pedro” o “aguacolla”
(Echinopsis pachanoi) y los aztecas
el “peyote” (Lophophora williamsii),
especies consi- deradas sagradas y mágicas.
Estas plantas con propiedades alucinógenas,
catalogadas como satánicas a la llegada
de los españoles, siguen siendo utilizadas
hoy en día como medicina tradicional
en algunas poblaciones. Existen cactus como
la tuna (Opuntia spp.) y la pitahaya
(Hylocereus polirhizus) que son apreciadas
por sus dulces y jugosos frutos; otros, por
su aspecto amenazador, son utilizados como cercas.
También hay varias especies que se comercializan
con fines ornamentales y de colección.
Existen alrededor de 2 000 especies de cactus,
de las cuales 45 se encuentran en el Ecuador,
distribuidas principalmente en las planicies
áridas de la Costa desde Manta hasta
Huaquillas y en los valles secos interandinos
como Guayllabamba, Chota, Chanchan, Girón-Pasaje,
Catamayo, entre otros. A no pocos sorprenderá
que también encontremos algunas especies
en los bosques húmedos de Costa y Oriente.
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el artículo completo en la edición
No 14
de ECUADOR TERRA
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