Septiembre de 2001
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Por Günter Reck
Foto Jonathan Green

La Reserva Marina de Galápagos

El más grande de los caballos de mar, Hyppocampus ingens, con 30 cm de longuitud, cuyo macho protege a las crías guardándolas en su boca, está amenzadao por su uso como afrodisíaco en los mercados del Lejano Oriente.

Cuando Jerry Wellington, voluntario del cuerpo de Paz entre 1974 y 1976, terminó su reporte sobre las zonas costeras de Galápagos, se hizo evidente que había mucho más bajo el agua del archipiélago que solamente comida de sustento para los animales protegidos del Parque Nacional: aves marinas, iguanas, tortugas y, obviamente, los carismáticos lobos marinos. La necesidad de proteger una franja marina del archipiélago se evidenció en el primer Plan de Manejo, siendo el objetivo principal asegurar la fuente alimenticia de los organismos costeros, científicamente importantes y a la vez, el mayor atractivo para el turismo.

Si comparamos lo que fueron las aspiraciones iniciales de protección del área marina con lo que hemos logrado hoy en día, hemos caminado, o mejor, navegado, un buen trecho, aunque las presiones sobre los recursos marinos también se han multiplicado en la última década.

En 1976, la propuesta era de unas tímidas dos millas náuticas de franja marina alrededor de cada una de las islas, con una zonificación que protegería únicamente el 4% de esta franja en forma total. En el área restante seguiría permitida la pesca artesanal. Estas dos millas náuticas formarían parte del Parque Nacional; sin embargo, esto constituía una situación jurídicamente complicada porque la zona marina estaba bajo el mando de la Marina y la Subsecretaría de Pesca.

Durante la dictadura militar, en 1978, realizamos el primer taller informativo en la isla San Cristóbal con un grupo de pescadores que no superaba los 100, poco organizados, pero ya en este tiempo con opiniones fuertes. Asistieron el Subsecretario de Pesca, el Director del Instituto Nacional de Pesca y el Director Nacional de Áreas Protegidas. En el evento ganamos las primeras experiencias; era claro que el concepto de áreas protegidas marinas no estaba bien entendido ni por parte de los usuarios ni por parte de las autoridades. Estos “pequeños errores de interpretación” por parte de las mismas autoridades significaron una demora de años en el proceso de creación de la reserva.

Para bien o para mal, el hecho es que en 1986 se creó la Reserva de Recursos Marinos, nombre derivado de una de las categorías para áreas protegidas que había propuesto la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para zonas cuyo manejo futuro aún quedaba por definir, y que no tenía correspondencia en la legislación ecuatoriana.

La pérdida de una década en la definición de una forma de protección del área marina fue compensada por la inclusión de una superficie mucho más grande de lo que jamás se esperó: 15 millas náuticas a partir de una línea base que unía los extremos de todas las islas periféricas, es decir 70 000 km2, una de las áreas legalmente protegidas más grandes del mundo.

En la misma década de los ochenta, lo que se había ganado en superficie fue contrarrestado por el aumento de las presiones internas sobre los recursos marinos. A pesar de que los propósitos de la reserva siempre habían sido la protección de los ecosistemas marinos y la salvaguardia de los intereses de los pescadores artesanales y sus formas tradicionales de pesca, la debilidad de las instituciones para el manejo del área marina protegida no permitía contrarrestar ni las incursiones de barcos industriales extranjeros y nacionales, ni el crecimiento de actividades pesqueras locales.

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