Septiembre de 2001
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Por Juan Manuel Guayasamín
Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

¡Nos quedamos sin sapos!

El jambato negro (Atelopus ignescens), una vez sumamente común en los Andes ecuatorianos, no ha sido avistado desde 1988.

La especie puede ser comparada con una célula, una civilización, una religión, un planeta o una estrella: todos tienen un origen, se desarrollan hasta alcanzar un momento de esplendor, luego pierden fuerza y finalmente mueren. Este es un proceso natural; a lo largo del tiempo se han producido cientos de miles de extinciones, algunas masivas, como la de invertebrados marinos durante el período pérmico (hace 280 millones de años) o la de la mayoría de dinosaurios en el cretáceo (hace unos 75 millones de años). Las especies que sobrevivimos actualmente apenas somos alrededor del 5% de todas las que han existido en la historia de nuestro planeta.

Si la desaparición de especies es un fenómeno tan común, ¿para qué preocuparnos? ¿Por qué tanto lío con las extinciones actuales? Según estudios paleontológicos, la vida de una especie varía entre los 5 y 10 millones de años, y la tasa de extinción promedio ha sido de alrededor de una especie cada año. Esto parece ser lo normal; sin embargo, desde hace unos pocos siglos, coincidiendo con la gran expansión del hombre (y de la mujer), el número de especies que desaparecen de la Tierra ha aumentado considerablemente. Tanto así, que sabemos que en los últimos 400 años se han reportado 611 especies desaparecidas. Este número es muy conservador; proviene únicamente de grupos bien conocidos como aves y mamíferos. ¿Cuántas plantas han desaparecido en realidad? ¿Cuántos insectos? Es imposible saberlo.

En el Ecuador conocemos muy poco de las especies que tenemos (con excepción de algunas que habitan las islas Galápagos). Aún así, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) ya ha identificado a 117 especies de nuestro país que están amenazadas con la desaparición. Algunos ejemplos son el armadillo gigante, el oso de anteojos, el tapir de montaña, el delfín amazónico, la nutria gigante, el manatí, el halcón de Galápagos, el periquito de El Oro, el caimán negro, el cocodrilo americano, la iguana marina de Galápagos, la tortuga pico de halcón y 23 especies de moluscos de Galápagos.

Desde esta visión general, vamos ahora hacia un grupo en especial: los anfibios. Estos animales fueron los primeros vertebrados en conquistar la tierra firme hace más de 350 millones de años y, aunque nos son poco familiares (¿cuándo fue la última vez que el lector vio un sapo?), su papel ecológico en los bosques de los trópicos y subtrópicos es muy importante, ya sea como presa de serpientes, aves o pequeños mamíferos, o como comedor de insectos. Ranas y sapos han sido también elementos simbólicos para muchos pueblos indígenas de América, en donde están asociados a las lluvias (fecundidad y origen de la vida), la suerte, el amor e incluso con las manchas lunares.

Sin embargo, parece que los primeros en llegar a la tierra serán los primeros en irse. Algunos ejemplos dicen todo: el sapo dorado, Bufo periglenes, habitaba un pequeño bosque nublado de Costa Rica. Los machos eran de color naranja brillante (raro color para un sapo) y las hembras eran oscuras y poco vistosas. Los sapos dorados vivían enterrados durante la época seca.

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