Las
imágenes pasan rápidamente por
mis ojos y me dejan diferentes recuerdos: distintos
paisajes y formas de ver la vida. Voy por la
vía Calacalí-Los Bancos, y de
pronto mi mirada se detiene en el bosque afortunadamente
protegido de los alrededores de Nanegalito y
Mindo. Las nubes lo cubren misteriosamente y
bajo ellas se encuentran un inmenso número
de plantas y animales, propios de las estribaciones
andinas. Entonces pienso en los lugares bonitos
del Ecuador, ¡hay tantos! Me vienen a
la mente imágenes de nevados, montañas,
cuevas, ríos, cascadas, páramos,
bosques nublados, tropicales húmedos
y secos, manglares, playas, costas rocosas,
y muchos más, diferenciados ante los
ojos de los expertos. Todos distintos y a la
vez parecidos, todos ricos en diferentes formas
de vida.
Y me pregunto ¿quiénes son los
responsables de que aún existan tantos
lugares espectaculares?, así como tantas
veces he pensado en quiénes son los culpables
de que desaparezcan. Algunos son parte del Sistema
Nacional de Áreas Protegidas (SNAP),
pero muchos no; gran parte de ellos se encuentra
en manos privadas, son territorios de comunidades
indígenas, afroecuatorianas, de colonos
o de diversos propietarios. Unos son propiedades
y posesiones de gente que ha vivido allí
por largo tiempo, que no ha tenido la necesidad
de toparlos en algunos casos y que no ha querido
en otros. Hay también algunas organizaciones
no gubernamentales y personas particulares que
adquieren tierras para cuidarlas y dar cabida
a tantas especies que cada vez encuentran con
más frecuencia las puertas cerradas en
el camino de la supervivencia.
Los motivos para conservar son diferentes y
la forma de hacerlo también. Algunas
comunidades indígenas de la Amazonía
han protegido a su manera sus territorios ancestrales.
Ese es el caso de los huaoranis que cuidan el
bosque, pero a la vez son cazadores, utilizan
sus plantas y tienen derechos colectivos sobre
él. Es una forma tradicional de conservación
que es importante que sea valorada para que
continúe en las próximas generaciones.
Otro ejemplo de participación local en
la conservación es la familia Tapia,
que con esmero cuida la Reserva Integral Otonga,
ubicada en las estribaciones occidentales de
los Andes, en la provincia de Cotopaxi. Don
César Tapia comenzó a trabajar
en conservación hace ya 15 años
cuando Giovanni Onore, catedrático de
la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador, ingresó a la zona en su labor
como curador del Museo de Invertebrados. En
el continuo ir y venir del profesor, la amistad
con la familia fue creciendo así como
su sensibilidad y amor por la naturaleza. Don
César, que antes cazaba todo animal que
se le cruzara y talaba los árboles para
tener potreros, ahora se encarga de reforestar
y cuidar las casi 1 000 hectáreas de
bosque nublado que conforman la reserva.
La gente que comienza a trabajar en conservación
generalmente no para, ese es el caso de la estadounidense
Susan Shepard que, a sus casi 80 años,
sigue cuidando el Bosque Protector La Perla.
Su propiedad, la hacienda La Perla, tiene una
superficie de 600 ha y se encuentra en el sector
de La Concordia. Susan cuenta que cuando llegó
al Ecuador, en el año 1949, solo había
selva en los alrededores de La Concordia.
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No 16
de ECUADOR TERRA
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