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Por Ernesto Salazar
Foto Ernesto Salazar

El Camino de Esmeraldas: historia de una vía colonial

"Culunco" en el camino de Esmeraldas, al noroccidente de Pichincha.

Exigió a la Gobernación de Esmeraldas usufructo de la obra, cobro de peajes, prerrogativa de nombramientos de civiles y militares en su jurisdicción. Y todo ello en beneficio de “dos vidas”, es decir la de él y la de su descendiente inmediato. A cambio, don Pedro Vicente Maldonado se comprometió a construir de su peculio un camino expedito entre Quito y Esmeraldas. La Real Audiencia de Quito aprobó su construcción en 1735 y la recibió en 1741, previa “fiscalización” realizada por don Joseph Astorga, quien, en un viaje de siete meses, recorrió el camino hallándolo a satisfacción. El Consejo de Indias alabó al constructor y a la obra en estos términos: “deviendose a la conducta de Maldonado, su constancia y mejor delineazion del camino, el que venciendo la empinada cordillera de Pichincha, y lo impenetrable de los montes, y superando las dificultades que ofrezen los caudalosos ríos que nacen y pasan por aquella provincia, aya abierto a sus propias expensas... camino ancho limpio, derecho, y capaz para traginarse en mulas en qualquier tiempo del año, sin rio ni puente alguno que atrabesar desde Quito a el embarcadero nuebo del rio esmeraldas, donde termina el camino de tierra…”

En esta época, la Real Audiencia exportaba, entre otras cosas, mantas de lana y algodón, cueros crudos y curtidos, harinas, cecinas, conservas, cereales, lanas y cuerdas, e importaba telas, libros, papel, aceite, bebidas alcohólicas, entre otros. Esta “frenética vida comercial”, como la califica el historiador John Super, requería de una estructura vial adecuada, asunto en el cual la Real Audiencia mostraba claras falencias. Desde el siglo XVI, Quito contaba solamente con tres vías: la del norte hasta Cartagena de Indias, la del sur hasta Lima (llamada “Correo de Lima”) y la de Guayaquil, que comunicaba Quito con la Mar del Sur (océano Pacífico); todas ellas con los peligros inherentes al cruce por regiones inhóspitas y afectadas continuamente por el deterioro durante la estación invernal.

La fragosidad de los caminos quiteños no permitió el uso de carretas como en la Argentina, el Brasil o los Estados Unidos. Por ello, los comerciantes recurrieron a la utilización de mulas para movilizar sus productos, lo que se hacía en enormes caravanas que al parecer eran “verdaderas ferias ambulantes”. Se puede imaginar fácilmente el talento organizativo que debían tener los comerciantes para cubrir los mil y un detalles de una travesía en que personas, animales y productos debían funcionar al ritmo de un reloj para cubrir largas distancias en el menor tiempo posible.

La necesidad de un comercio más expedito hacia la “Mar del Sur” determinó que en los siglos XVII y XVIII se exploraran rutas de comercio exterior más cortas que la de Guayaquil. Al final, se cristalizaron solo dos proyectos: el camino de Ibarra al río Santiago, llamado Camino de Malbucho, y el de Quito al río Esmeraldas, llamado Camino de Esmeraldas. La búsqueda de una vía de penetración a Esmeraldas fue un empeño constante de los quiteños. Entre los años 1600 y 1800 salieron de Quito numerosas expediciones que abrieron al menos tres rutas a Esmeraldas (incluyendo la de Maldonado), todas ellas a través de las selvas del noroccidente de Pichincha y retomando a veces antiguos caminos precolombinos.

Lee el artículo completo en la edición No 17 ECUADOR TERRA INCOGNITA

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