Exigió
a la Gobernación de Esmeraldas usufructo
de la obra, cobro de peajes, prerrogativa de
nombramientos de civiles y militares en su jurisdicción.
Y todo ello en beneficio de “dos vidas”,
es decir la de él y la de su descendiente
inmediato. A cambio, don Pedro Vicente Maldonado
se comprometió a construir de su peculio
un camino expedito entre Quito y Esmeraldas.
La Real Audiencia de Quito aprobó su
construcción en 1735 y la recibió
en 1741, previa “fiscalización”
realizada por don Joseph Astorga, quien, en
un viaje de siete meses, recorrió el
camino hallándolo a satisfacción.
El Consejo de Indias alabó al constructor
y a la obra en estos términos: “deviendose
a la conducta de Maldonado, su constancia y
mejor delineazion del camino, el que venciendo
la empinada cordillera de Pichincha, y lo impenetrable
de los montes, y superando las dificultades
que ofrezen los caudalosos ríos que nacen
y pasan por aquella provincia, aya abierto a
sus propias expensas... camino ancho limpio,
derecho, y capaz para traginarse en mulas en
qualquier tiempo del año, sin rio ni
puente alguno que atrabesar desde Quito a el
embarcadero nuebo del rio esmeraldas, donde
termina el camino de tierra…”
En esta época, la Real Audiencia exportaba,
entre otras cosas, mantas de lana y algodón,
cueros crudos y curtidos, harinas, cecinas,
conservas, cereales, lanas y cuerdas, e importaba
telas, libros, papel, aceite, bebidas alcohólicas,
entre otros. Esta “frenética vida
comercial”, como la califica el historiador
John Super, requería de una estructura
vial adecuada, asunto en el cual la Real Audiencia
mostraba claras falencias. Desde el siglo XVI,
Quito contaba solamente con tres vías:
la del norte hasta Cartagena de Indias, la del
sur hasta Lima (llamada “Correo de Lima”)
y la de Guayaquil, que comunicaba Quito con
la Mar del Sur (océano Pacífico);
todas ellas con los peligros inherentes al cruce
por regiones inhóspitas y afectadas continuamente
por el deterioro durante la estación
invernal.
La fragosidad de los caminos quiteños
no permitió el uso de carretas como en
la Argentina, el Brasil o los Estados Unidos.
Por ello, los comerciantes recurrieron a la
utilización de mulas para movilizar sus
productos, lo que se hacía en enormes
caravanas que al parecer eran “verdaderas
ferias ambulantes”. Se puede imaginar
fácilmente el talento organizativo que
debían tener los comerciantes para cubrir
los mil y un detalles de una travesía
en que personas, animales y productos debían
funcionar al ritmo de un reloj para cubrir largas
distancias en el menor tiempo posible.
La necesidad de un comercio más expedito
hacia la “Mar del Sur” determinó
que en los siglos XVII y XVIII se exploraran
rutas de comercio exterior más cortas
que la de Guayaquil. Al final, se cristalizaron
solo dos proyectos: el camino de Ibarra al río
Santiago, llamado Camino de Malbucho, y el de
Quito al río Esmeraldas, llamado Camino
de Esmeraldas. La búsqueda de una vía
de penetración a Esmeraldas fue un empeño
constante de los quiteños. Entre los
años 1600 y 1800 salieron de Quito numerosas
expediciones que abrieron al menos tres rutas
a Esmeraldas (incluyendo la de Maldonado), todas
ellas a través de las selvas del noroccidente
de Pichincha y retomando a veces antiguos caminos
precolombinos.
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No 17 ECUADOR TERRA
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