Cuando
Pancho Cuesta me propone ir a las estribaciones
orientales del volcán Sangay en busca
de osos andinos, no lo pienso ni un segundo
y le digo que sí. Durante cuatro años,
su equipo de investigación, que trabaja
en la Fundación EcoCiencia, ha estudiado
a estos mamíferos en la Reserva Ecológica
Cayambe-Coca, y ha recopilado información
sobre su dieta, el tamaño de sus poblaciones,
su área de vida, las diferencias genéticas
entre los individuos y, sobre todo, ha logrado
determinar los lugares que son clave para lograr
su conservación. Estas investigaciones
han sido tan exitosas que ahora las están
replicando en los alrededores del volcán
Sangay y en el Parque Nacional Podocarpus.
El oso andino, Tremarctos ornatus,
es una especie endémica de los Andes,
y el único oso verdadero de Suramérica:
las otras ocho especies de osos están
en Norteamérica, Europa y Asia (como
el panda o el polar). Vive desde Venezuela hasta
Bolivia, sobre una superficie aproximada de
260 000 kilómetros cuadrados, casi la
misma del territorio ecuatoriano. Sin embargo,
esta superficie no es continua debido a la destrucción
de los bosques que habita. Además, hay
registros aislados en el sur de Panamá
y en el norte de la Argentina.
Son mamíferos de gran tamaño:
los machos adultos miden entre 1,8 y 2 metros
y pesan hasta 175 kilogramos, mientras las hembras
generalmente son un tercio más pequeñas
que los machos. Tienen abundante pelaje negro,
con excepción de una franja blanca que
comienza en la base de la nariz, se extiende
alrededor de los ojos y hacia la quijada, y
en algunos casos llega hasta el pecho. El patrón
de manchas que origina esta línea blanca
es único en cada individuo, y es el motivo
por el cual también se los conoce como
osos de anteojos u osos caretos.
Así, dos días después,
junto con Didier Sánchez, el biólogo
encargado de ejecutar la investigación
en el Sangay, aterrizamos en la cálida
ciudad de Macas; de allí nos encaminamos
a Wapú, un pequeño asentamiento
shuar donde nos esperaban cuatro parabiólogos,
es decir personas de las comunidades locales
capacitadas para realizar el trabajo biológico
de campo. Ellos son los socios ideales para
realizar este trabajo, pues conocen mejor que
nadie los bosques y detectan con facilidad los
rastros del oso. Distribuimos el equipo de campo
y la comida, y ascendemos durante cinco horas,
bajo una intensa lluvia, hasta el sitio del
campamento en medio del bosque húmedo
montano bajo, a 1 550 metros de altitud.
Por lo que he visto en el camino, comento que
me parece extraño que aquí haya
osos. “Es normal –dice Pancho–,
la gente tiende a relacionar al oso andino con
los páramos, pero éste tiene una
amplia distribución en las montañas
andinas del Ecuador: entre 900 y 4 250 metros
de altitud, a ambos lados de la cordillera.”
Y agrega que inclusive podría estar más
abajo, considerando que en Bolivia, en las estribaciones
orientales de los Andes, ha sido registrado
a 550 metros de altitud, y en las costas secas
del Perú, 300 metros más abajo.
“Los osos se mueven entre los diferentes
pisos altitudinales. Prueba de ello es que en
la Reserva Cayambe-Coca los parabiólogos
de la comuna de Oyacachi han seguido un sendero
de oso desde un lugar del bosque de neblina,
a 2 000 metros sobre el nivel del mar, hasta
un sitio de páramo, aproximadamente 1
700 metros más arriba.”
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No 17 ECUADOR TERRA
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