no. 17 - abril 2002
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Por Nicolás Cuvi
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

Tras los rastros del oso andino

El oso de anteojos (Tremarctos ornatus) es una especie propia y única de los Andes. En el Ecuador se estima que su población es apenas de 2 018 individuos

Cuando Pancho Cuesta me propone ir a las estribaciones orientales del volcán Sangay en busca de osos andinos, no lo pienso ni un segundo y le digo que sí. Durante cuatro años, su equipo de investigación, que trabaja en la Fundación EcoCiencia, ha estudiado a estos mamíferos en la Reserva Ecológica Cayambe-Coca, y ha recopilado información sobre su dieta, el tamaño de sus poblaciones, su área de vida, las diferencias genéticas entre los individuos y, sobre todo, ha logrado determinar los lugares que son clave para lograr su conservación. Estas investigaciones han sido tan exitosas que ahora las están replicando en los alrededores del volcán Sangay y en el Parque Nacional Podocarpus.

El oso andino, Tremarctos ornatus, es una especie endémica de los Andes, y el único oso verdadero de Suramérica: las otras ocho especies de osos están en Norteamérica, Europa y Asia (como el panda o el polar). Vive desde Venezuela hasta Bolivia, sobre una superficie aproximada de 260 000 kilómetros cuadrados, casi la misma del territorio ecuatoriano. Sin embargo, esta superficie no es continua debido a la destrucción de los bosques que habita. Además, hay registros aislados en el sur de Panamá y en el norte de la Argentina.

Son mamíferos de gran tamaño: los machos adultos miden entre 1,8 y 2 metros y pesan hasta 175 kilogramos, mientras las hembras generalmente son un tercio más pequeñas que los machos. Tienen abundante pelaje negro, con excepción de una franja blanca que comienza en la base de la nariz, se extiende alrededor de los ojos y hacia la quijada, y en algunos casos llega hasta el pecho. El patrón de manchas que origina esta línea blanca es único en cada individuo, y es el motivo por el cual también se los conoce como osos de anteojos u osos caretos.

Así, dos días después, junto con Didier Sánchez, el biólogo encargado de ejecutar la investigación en el Sangay, aterrizamos en la cálida ciudad de Macas; de allí nos encaminamos a Wapú, un pequeño asentamiento shuar donde nos esperaban cuatro parabiólogos, es decir personas de las comunidades locales capacitadas para realizar el trabajo biológico de campo. Ellos son los socios ideales para realizar este trabajo, pues conocen mejor que nadie los bosques y detectan con facilidad los rastros del oso. Distribuimos el equipo de campo y la comida, y ascendemos durante cinco horas, bajo una intensa lluvia, hasta el sitio del campamento en medio del bosque húmedo montano bajo, a 1 550 metros de altitud.

Por lo que he visto en el camino, comento que me parece extraño que aquí haya osos. “Es normal –dice Pancho–, la gente tiende a relacionar al oso andino con los páramos, pero éste tiene una amplia distribución en las montañas andinas del Ecuador: entre 900 y 4 250 metros de altitud, a ambos lados de la cordillera.” Y agrega que inclusive podría estar más abajo, considerando que en Bolivia, en las estribaciones orientales de los Andes, ha sido registrado a 550 metros de altitud, y en las costas secas del Perú, 300 metros más abajo. “Los osos se mueven entre los diferentes pisos altitudinales. Prueba de ello es que en la Reserva Cayambe-Coca los parabiólogos de la comuna de Oyacachi han seguido un sendero de oso desde un lugar del bosque de neblina, a 2 000 metros sobre el nivel del mar, hasta un sitio de páramo, aproximadamente 1 700 metros más arriba.”

Lee el artículo completo en la edición No 17 ECUADOR TERRA INCOGNITA

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