Sábado 3 de marzo. Dejé
San Jacinto antes de las 9h00 sin conocer al
dueño de la casa donde pasé la
noche. En la tarde de ayer, al llegar a esta
bella playa manabita, me acerqué a una
pequeña tienda para solicitar la posada
del día. La muchacha que atendía
fue a conversar con su abuelo, quien aceptó
alojarme en un bonito cuarto que tenía
frente al mar para recibir a sus parientes de
Portoviejo. Pero ni en la noche de ayer, ni
en el día de hoy lo pude encontrar para
darle las gracias por recibirme.
Tomé rumbo a Manta. Al llegar a un pintoresco
caserío, pregunté a un anciano:
Señor, ¿cómo se llama este
pueblito? Y él me respondió: “El
Pueblito”. Yo pensé que no me entendió,
así que repetí mi pregunta y obtuve
la misma respuesta. Volví a preguntar
por tercera ocasión, articulando con
lentitud, porque pensé que no me entendía
por mi acento serrano, pero tuve nuevamente
la misma respuesta, así que opté
por continuar, algo molesto por no conocer el
nombre del lugar y por la falta de comunicación
con la gente local. Unos metros más adelante
había un pequeño rótulo
que decía “Bienvenidos a El Pueblito”.
El trayecto por esta zona manabita, entre El
Pueblito y Rocafuerte, es de lo más agradable.
Abundantes zonas arroceras, numerosos palmares
y todo en el más puro estilo montubio.
A Manta llegué a eso de las 12h00, con
un calor abrasador que me obligó a buscar
sombra y a hidratarme en abundancia. Luego recorrí
el remodelado malecón y sus playas y
el reordenado centro comercial, que ha dado
a la ciudad un nuevo aspecto.
Desde Manta continué por la nueva vía
del Pacífico, una carretera que bordea
el mar hasta Puerto Cayo, donde se une a la
ya existente vía a la península
de Santa Elena. Hoy llegué hasta San
Lorenzo de Manta, un pequeño poblado
que vivió toda su vida en completo aislamiento,
al cual únicamente se llegaba en canoa
o caminando por la playa, lo que imagino no
siempre fue fácil, pues es en este lugar
donde he visto las olas más grandes en
el Ecuador, las que sin problema alcanzan los
tres metros de altura. Esta noche la pasaré
en casa de don Alfredo Zambrano, un hombre de
unos 40 años, 17 de los cuales vivió
en Nueva York, tratando de perseguir el añorado
“sueño americano”, pero finalmente
regresó a Ecuador. Según me dijo
allá hay dinero pero no hay vida, nada
como vivir en un pueblo tranquilo a nivel del
mar.
Domingo 4 de marzo. Llegué
a Puerto López. El trayecto de hoy fue
de lo más hermoso. Atravesé zonas
de paisajes excepcionales del Parque Nacional
Machalilla y me di un breve chapuzón
en la playa de Los Frailes, una de las más
bellas e intactas del Ecuador continental. La
noche la pasaré en casa de mi amigo y
ex compañero de universidad, Jorge Samaniego,
ahora un próspero hombre de la vida manabita.
Han transcurrido 26 días desde que inicié
mi aventura. Hasta el momento he recorrido 1
314 km.
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