Lunes 19 de marzo. Hoy inicié
una nueva etapa en mi vuelta al Ecuador: la
travesía por las provincias amazónicas.
Todavía tengo de por medio algo más
de mil kilómetros antes de llegar a casa.
El trayecto hasta Zamora seduce a cualquier
amante de la naturaleza: numerosos saltos de
agua y pequeñas cascadas que se escurren
por las paredes llenas de vegetación
mientras se desciende hasta la ciudad oriental.
Mi escala en la tranquila Zamora duró
el tiempo suficiente para dar un breve paseo,
recuperar algo de fuerzas y saborear un exquisito
tamal de pollo a 50 centavos. Treinta minutos
más tarde reanudé mi viaje. Pienso
que los 60 km que recorrí desde Loja
hasta esta ciudad serán los últimos
en mucho tiempo que transite por una vía
asfaltada. Desde aquí el camino es lastrado,
bastante pedregoso y polvoriento. El recorrido
se vuelve lento, exigente y algo peligroso a
causa del mal estado de la vía.
Unos 15 km más adelante llegué
a Cumbaratza, un pequeño y pintoresco
poblado que gira en torno a su parque central.
Al sondear por un lugar para la respectiva posada
del día, me enteré que a la salida
del pueblo, a menos de dos kilómetros,
existía una fábrica de vinos de
sabores, así que tenía un doble
motivo para dirigirme hasta allá. No
fue difícil encontrar mi objetivo. Un
rótulo al borde del camino me indicó
que estaba en el lugar correcto, decía:
“Rancho Alegre, fabricamos vinos desde
1950”.
Efectivamente, tenían vinos de sabores.
Por ahora disponían de papaya, mora y
membrillo. Haciendo las funciones de un catador
profesional, solicité a la dueña
una muestra de cada uno de ellos. Todos exquisitos.
Compré una botella de vino de papaya.
Luego inicié un ameno diálogo
con su propietaria, contándole de mi
viaje y algunas de mis anécdotas. En
el momento que creí oportuno le pregunté
por un espacio para pasar la noche. Me respondió:
“Mi marido no se encuentra, él
ha de venir más tarde, vaya a enojarse
conmigo por recibirle sin su consentimiento”.
Seguimos conversando. Cuando la noche había
caído y su esposo todavía no llegaba,
la mujer dijo: “Bueno, aunque mi marido
se enoje, igual ya le voy a acomodar en un cuartito
que tengo atrás”. Luego fui invitado
a una suculenta merienda. Esperé hasta
casi las 21h00 por si llegaba su esposo, para
evitar algún posible problema a mi amable
anfitriona, pero como éste no venía,
me retiré a la habitación que
me proporcionó, donde me encuentro escribiendo
mi diario, en compañía de mi vino
de papaya. He tomado media botella y ya me siento
algo mareado. La lluvia intensa que empezó
hace unos treinta minutos no ha parado. Creo
que durará toda la noche.
Martes 20 de marzo. Antes de
las 8h00 estaba listo para reanudar mi viaje.
Fui a despedirme de mi anfitriona y a preguntarle
por su esposo. “Anoche llegó bien
tarde y ya se fue otra vez”, me respondió,
y continuó hablando: “Como es el
alcalde de Zamora tiene mucho trabajo”.
Vaya sorpresa, había pedido posada y
dormido nada menos que en casa del alcalde de
la capital de la provincia.
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