Tuve
la suerte de conocer Guaranda y sus carnavales,
siendo aún muy pequeña, gracias
a un amigo de mi mamá; gran camarada
y gran carnavalero. En aquel entonces existía
una pileta en la Plaza Roja y allí iban
los guarandeños al salir del trabajo,
de la escuela o del colegio a “carnavalear”.
Hoy la Plaza Roja no tiene fuente, así
que la mojada es en la pileta del Parque Central.
De aquella época he conservado el cariño
por estas fiestas y el conocimiento de que al
Carnaval hay que vivirlo, hay que sentirlo,
hay que salir a la calle dispuesto a todo. Los
guarandeños se preparan durante semanas
para sus carnavales y por suerte reciben un
bono para sobrellevar los gastos de tanta comida,
trago y visitas. Lo importante es que, aunque
siempre hay los que hacen quedar mal, la mayoría
de gente juega más con alegría
que con violencia, en Guaranda nadie moja por
venganza, sino por juego. Por ello, en cierto
sentido, con este artículo intento hacer
una reivindicación del llamado “salvajismo”
de jugar con agua.
Comencé por indagar de dónde provenía
este gusto por el agua y me fui a la biblioteca.
En los libros encontré que éste
es otro ejemplo de cómo los rituales
católicos enmascararon a las fiestas
indígenas. Durante tres días,
en la segunda luna del año, los indígenas
Huarangas (tribu de la nación de los
Chimbos) festejaban a su cacique con una fiesta
llena de cantos, bailes, comida y bebida. “Gobernantes
y gobernados van bailando y arrojando a la concurrencia
harina de maíz, flores y agua perfumada,
resultado ésta de la cocción de
vegetales aromáticos”. Cuando los
conquistadores llegaron con su fiesta pagana
del Carnaval, se dieron cuenta que la fecha
de ambas celebraciones coincidía, además
de ciertos elementos como el agua y el desenfreno
previo a la austeridad de la Cuaresma: “El
agua se instaló desde el remoto carro
naval griego y pagano y se utiliza en los ritos
del mundo cristiano... y es parte del Carnaval
en muchos lugares europeos”.
Pero no todo es agua. El programa oficial empieza
con la elección del Taita Carnaval, que
se encargará de preceder las fiestas
y los desfiles. La preparación de las
comparsas toma semanas, se confeccionan disfraces,
se elige la música, el tema y los colores.
La mayoría de instituciones y colegios
participan y toda la ciudad asiste, todos se
empapan mientras observan. Hay defiles en cualquier
parte de la provincia y cada día se puede
ir a uno diferente.
Uno de los desfiles que recuerdo con mayor cariño
es el de hace dos años en Chimbo, a veinte
minutos de Guaranda, tierra de artesanos de
juegos pirotécnicos. En otro momento,
si mirábamos detrás de algunas
puertas hacia los patios interiores de las casas,
hubiésemos encontrado estructuras de
carrizo de mil y un formas envueltas en papel
cometa multicolores, el esqueleto de los castillos
y las vacas locas. Pero ese día Chimbo
se había transfigurado. La plaza central
estaba atestada de gente y el desfile a punto
de empezar.
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