Mayo - Junio de 2003
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Por Cristina Castro
Reproducción Pete Oxford y Reneé Bish

La Jorobada, la acción y el drama

Antiguas fotografías de cazadores de ballenas del museo ballenero en South Georgia.

Durante años he dedicado mi tiempo y esfuerzo a investigar la quinta ballena más grande del mundo, la Jorobada. No es difícil imaginar que en el pasado estos animales de aproximadamente 16 metros y 28.000 kilogramos fueran concebidos como protagonistas monstruosos de historias mágicas y sorprendentes: como seres respetados y odiados por el desconocimiento de su realidad, para después cargar con el tristemente célebre membrete de animal más codiciado del mar.

La capa de grasa que rodea su cuerpo la protege del frío y alcanza los 50 centímetros de ancho. En la época de alimentación, las jorobadas consumen hasta una tonelada diaria, entre pequeñas sardinas y krill (crustáceo similar al camarón). El aceite de ballena, elaborado con su manteca, era utilizado para engrasar los antiguos relojes y lubricar todo tipo de máquinas; servía también para tratar al cuero, fabricar velas, jabones, resinas sintéticas y para la industria de los perfumes y cosméticos. Además de su gruesa capa de grasa, las barbas, las glándulas endocrinas, el hígado, la carne y los huesos molidos eran aprovechados para obtener productos farmacéuticos, hormonas, vitaminas y conservas para ciertas especies domésticas. Todo el animal se consideraba “oro en polvo”, en aquella época en que el aceite era escaso.

La tecnología ballenera fue perfeccionando sus mortíferas armas hasta llegar a los eficaces arpones explosivos. Se estima que la población de jorobadas en el mundo, antes de la cacería, era de 200.000 individuos. Actualmente, la población mundial se calcula entre los 10.000 y 20.000 ejemplares.

Gracias a Dios, como diría alguna viejita beata del centro de Quito, aquellos tiempos quedaron atrás: los arpones fueron reemplazados por cámaras y los crueles balleneros por curiosos turistas que viajan miles de kilómetros con la única finalidad de presenciar un extraordinario y asombroso salto de ballena.

Las ballenas regresan a nuestro país cada año. Viajan cerca de 8.000 km, a una velocidad media de 14 km/h, para escapar de las frías aguas antárticas, buscando zonas de baja profundidad y temperatura cálida donde las hembras puedan parir a sus ballenatos. El período de gestación es de 10 a 12 meses, tiempo en el cual la cría alcanzará cerca de los 4 m y los 1.800 kg.

Como siempre, la sabiduría de la naturaleza proporcionó al ballenato una adecuada alimentación. La leche de ballena es mucho más viscosa que la de los mamíferos terrestres: tiene poca agua (40-45% del total) y más cantidad de grasa (40-50%), si comparamos con el apenas 17% de grasa y el 80% de agua contenida en la leche de algunos mamíferos domésticos. La madre produce diariamente de 100 a 130 galones de grasosa y nutritiva leche que ayudará al bebe ballena a doblar su tamaño y peso en menos de un año.

El nacimiento y seguridad de las crías no es el único propósito que motiva a las jorobadas a regresar a nuestras costas. También les atrae la posibilidad de aparearse: tarea esencial si tomamos en cuenta que las hembras ovulan una sola vez en la estación y que, por lo tanto, los machos tendrán una sola oportunidad para fecundarlas.

Lee el artículo completo en la edición No 23

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