No entres al agua porque te puede comer un tiburón,
le decía una señora a su hijo,
mientras algunos turistas saltaban al mar como
parte de un tour en la Isla de la Plata, dentro
del Parque Nacional Machalilla. Al mismo tiempo,
unos bromistas se divertían gritando
a las demás personas: ¡cuidado
tiburón, tiburón! y cantaban un
característico tema de suspenso. En ese
momento recordé innumerables ocasiones
en las que tuve que presenciar actitudes similares,
y aunque este comportamiento puede ser tomado
como un simple juego o derivarse de la falta
de información, en el fondo resulta preocupante.
Los tiburones siempre han sido considerados
los villanos del océano: criaturas sanguinarias
con dientes afiliados dedicadas a cazar y matar
hombres a sangre fría. Aunque parte de
esta descripción es real, ya que los
tiburones sí tienen sangre fría
y poseen seis sentidos que los convierten en
grandes cazadores, también es cierto
que las personas no son parte de su menú,
como sí lo son algunos mamíferos
marinos, tortugas, calamares, aves y otros peces.
Tal vez sea difícil de creer, pero de
la totalidad de especies de tiburones conocidas
(aproximadamente 390), menos del 9% son peligrosas
para los humanos. Además, está
comprobado que una persona tiene mayores posibilidades
de ser alcanzada por un rayo que mordida por
un tiburón.
Las investigaciones sobre el comportamiento
de estos peces nos permiten entender que la
gran mayoría de los incidentes con tiburones
se dan por curiosidad animal. Para tomar algunos
ejemplos, recordemos que los niños pequeños
se meten cosas a la boca para probarlas y los
perros identifican casi todo mediante el olfato.
Por su parte, los tiburones muerden para saber
con qué o quién están tratando
y si es comestible o no. El problema es que,
debido al tamaño y fuerza de sus mandíbulas,
que pueden cerrarse unas 300 veces más
fuerte que las de un hombre, y a sus afilados
dientes que en ocasiones miden casi cuatro centímetros
y pueden estar distribuidos en 60 hileras, una
mordida por curiosidad resulta extremadamente
peligrosa, aunque en ocasiones la víctima
sea inmediatamente liberada por su mal sabor.
Los tiburones pueden escuchar un chapoteo a
más de un kilómetro de distancia,
oler una partícula de sangre en una piscina
llena de agua y sentir las vibraciones de un
pez herido a 200 metros, pero a pesar de estas
armas de caza, los ataques a personas son muy
pocos.
En el Ecuador únicamente se ha registrado
un ser humano muerto a causa de la mordida de
tiburón. Y hay que tomar en cuenta que
en aquel incidente, más grave y funesta
resultó la falta de atención médica
que la propia herida causada por el escualo.
Sin embargo, estos animales continúan
siendo una preocupación frecuente para
muchos bañistas, aunque en realidad deberían
preocuparse mucho más por no lastimarse
con la basura de las playas que por un encuentro
con tiburones: situación muy poco probable.
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