N° 30 Julio -agosto de 2004
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Texto María Clara Montaño
Foto Victoria Chávez

Patrimonio arqueológico: De la otra vida

Dos urnas mortuorias de cerámica en medio de una excavación próxima a la comunidad de Agua Blanca, en el Parque Nacional Machalilla. Una de ellas ha sido destapada y muestra los restos de su huésped.

Los hallazgos arqueológicos alimentan la historia de los pueblos, los ayudan a vencer el olvido y recuperar la memoria. Son patrimonio de todos sus habitantes, y acaso también de todos los demás pobladores de la Tierra. No obstante, su valor simbólico se desdeña e irrespeta reiteradamente.

Un claro ejemplo es el saqueo ocurrido en La Tolita, una comunidad ubicada en una isla en la desembocadura del río Cayapas al norte de la provincia de Esmeraldas, la cual pude visitar varias veces entre 1983 y 1994 gracias a un proyecto arqueológico del que fui partícipe. En las siguientes líneas narraré una de mis visitas y haré una exposición acerca de lo que he meditado sobre la importancia de los patrimonios arqueológicos.

En busca del ajuar dorado

Había que llegar rápido. Por eso el director del proyecto arqueológico en que el que yo trabajaba, unos militares y un representante del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural utilizaron un helicóptero desde Quito hasta La Tolita. Nosotros nos unimos a ellos en Tachina (un poblado ubicado cerca de la ciudad de Esmeraldas). Desde el aire se veía la costa esmeraldeña con sus inmensos manglares, el río Santiago y el mar.

En medio del río, dos pequeñas islas compuestas por arena y limo anunciaban la cercanía de nuestro lugar de destino. En la isla La Tolita (llamada igual que su poblado), había sido instalado un campamento, con un embarcadero de madera. Como quien da la bienvenida, se nos presentó una serie de extraños nubarrones.

Las tres casas del campamento habían sido tomadas por los pobladores que, con inmensos cartelones, protestaban en contra de nuestra presencia. Unos se encontraban en “la casa de los muertos” (la bodega en la que guardábamos los antiguos entierros extraídos de las excavaciones). Otros se habían tomado la vivienda, en la que estaban, entre otras cosas, nuestros instrumentos de trabajo.

Había niños y adultos que por primera vez veían un helicóptero. El ruido era tan fuerte que violentaba el escenario natural. La misión de los militares que me acompañaban era impedir que salga del país un ajuar funerario de la cultura La Tolita, aparecida en el período de Desarrollo Regional (500 a.C.-500 d.C.) compuesto por piezas de oro y platino. La estrategia era localizar a la persona que lo había encontrado y ubicar el lugar de donde provenía el entierro.

El tesoro descansaba en una tola (tumba en forma de montículo). El lugar había sido desbastado en busca de otros tesoros como recipientes, figuritas de oro y estatuas de cerámica.

Lo único que quedaba era un sinnúmero de huecos y vegetación aplastada, incluso uno que otro árbol de cacao tumbado; la destrucción diaria del suelo, la remoción interminable de la tierra y por último el lavado con bateas de las basuritas de oro habían destrozado la selva que circundaba el poblado.

Esta vez se había llegado a tiempo para impedir la fuga de parte del ajuar funerario. En realidad, lo rescatado era una pequeña parte del ajuar. Los propios huaqueros (buscadores de tesoros de los sepulcros, también llamados huacas, de los antiguos indios) han confesado que los hallazgos grandes (como el ajuar) son desmantelados por completo para facilitar su transporte y venta.

Lee el artículo completo en la edición No 30 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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CONTENIDO REVISTA 30