Los hallazgos arqueológicos alimentan
la historia de los pueblos, los ayudan a vencer
el olvido y recuperar la memoria. Son patrimonio
de todos sus habitantes, y acaso también
de todos los demás pobladores de la
Tierra. No obstante, su valor simbólico
se desdeña e irrespeta reiteradamente.
Un claro ejemplo es el saqueo ocurrido en
La Tolita, una comunidad ubicada en una isla
en la desembocadura del río Cayapas
al norte de la provincia de Esmeraldas, la
cual pude visitar varias veces entre 1983
y 1994 gracias a un proyecto arqueológico
del que fui partícipe. En las siguientes
líneas narraré una de mis visitas
y haré una exposición acerca
de lo que he meditado sobre la importancia
de los patrimonios arqueológicos.
En busca del ajuar dorado
Había que llegar rápido. Por
eso el director del proyecto arqueológico
en que el que yo trabajaba, unos militares
y un representante del Instituto Nacional
de Patrimonio Cultural utilizaron un helicóptero
desde Quito hasta La Tolita. Nosotros nos
unimos a ellos en Tachina (un poblado ubicado
cerca de la ciudad de Esmeraldas). Desde el
aire se veía la costa esmeraldeña
con sus inmensos manglares, el río
Santiago y el mar.
En medio del río, dos pequeñas
islas compuestas por arena y limo anunciaban
la cercanía de nuestro lugar de destino.
En la isla La Tolita (llamada igual que su
poblado), había sido instalado un campamento,
con un embarcadero de madera. Como quien da
la bienvenida, se nos presentó una
serie de extraños nubarrones.
Las tres casas del campamento habían
sido tomadas por los pobladores que, con inmensos
cartelones, protestaban en contra de nuestra
presencia. Unos se encontraban en “la
casa de los muertos” (la bodega en la
que guardábamos los antiguos entierros
extraídos de las excavaciones). Otros
se habían tomado la vivienda, en la
que estaban, entre otras cosas, nuestros instrumentos
de trabajo.
Había niños y adultos que por
primera vez veían un helicóptero.
El ruido era tan fuerte que violentaba el
escenario natural. La misión de los
militares que me acompañaban era impedir
que salga del país un ajuar funerario
de la cultura La Tolita, aparecida en el período
de Desarrollo Regional (500 a.C.-500 d.C.)
compuesto por piezas de oro y platino. La
estrategia era localizar a la persona que
lo había encontrado y ubicar el lugar
de donde provenía el entierro.
El tesoro descansaba en una tola (tumba en
forma de montículo). El lugar había
sido desbastado en busca de otros tesoros
como recipientes, figuritas de oro y estatuas
de cerámica.
Lo único que quedaba era un sinnúmero
de huecos y vegetación aplastada, incluso
uno que otro árbol de cacao tumbado;
la destrucción diaria del suelo, la
remoción interminable de la tierra
y por último el lavado con bateas de
las basuritas de oro habían destrozado
la selva que circundaba el poblado.
Esta vez se había llegado a tiempo
para impedir la fuga de parte del ajuar funerario.
En realidad, lo rescatado era una pequeña
parte del ajuar. Los propios huaqueros (buscadores
de tesoros de los sepulcros, también
llamados huacas, de los antiguos indios) han
confesado que los hallazgos grandes (como
el ajuar) son desmantelados por completo para
facilitar su transporte y venta.
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No 30 de ECUADOR
TERRA INCOGNITA |
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