Se
ha perdido en mi mente su nombre, pero no
la canción que repetíamos una
y otra vez con esa obstinación infantil
que tanto desagrada a los adultos. Era la
hija de una conchera, de piel tan oscura como
los amaneceres en los que salen a cosechar
los moluscos que se desarrollan junto a las
raíces de los mangles. Jugábamos
entre la arena y las olas de la playa inmensa,
en ese entonces virgen, mientras cantábamos.
En abril de 2005, dos décadas más
tarde, la primera impresión que tuvimos
al llegar al “relleno de Muisne”
todavía en territorio continental,
fue la cantidad de muchachitos que, habiendo
reconocido el carro en el que viajaba el equipo
de Ecuador Terra Incognita como ajeno
al poblado, pugnaban por llamar la atención
para guiar nuestros pasos hacia el garaje
o la canoa de sus contactos y así recibir
una propina, influencia innegable del turismo
en la vida diaria de la comunidad.
La segunda impresión, ya al pisar la
isla, fue el considerable incremento de la
población y el cambio en su arquitectura.
Las grandes casas de dos pisos con paredes
de guadúa y ventanas levadizas de madera
habían sido reemplazadas por el hormigón
armado y el metal: “progreso”,
se podría pensar...
Dos jóvenes de la Fundación
de Defensa Ecológica (Fundecol), una
ONG que nació hace 15 años como
respuesta a la devastación del manglar,
ecosistema del que dependen directamente más
de 3 000 familias del cantón Muisne,
nos esperaban, amables y tan ansiosas como
nosotros por empezar el recorrido. Inmediatamente
continuamos con nuestro itinerario, y fue
entonces cuando empezaron las verdaderas emociones:
El
cabo de San Francisco
25 minutos nos tomó cubrir en lancha
el tramo que separa a Muisne del cabo de San
Francisco. No se podía desembarcar
por la agitación de las olas, pero
entonces nos señalaron la playa arenosa
que atrae a varios turistas, quienes pueden
ir a pie si salen más temprano y disfrutan
de la caminata. Esta es la mayor saliente
de la provincia de Esmeraldas. Allí
existe un pequeño faro y, a decir de
nuestros guías, grupos de lobos marinos
llegan de vez en cuando a descansar en sus
playas.
El
verde río Muisne
La vida de los muisneños está
cercanamente atada al río que los alimenta,
por el que transitan para intercambiar los
frutos de la tierra o cosecharlos del mar,
el que los lleva a sus trabajos diarios y
los liga al continente. Nosotros lo navegamos
en una lancha a motor, envidiando de lejos
a aquellos que con la fuerza de sus brazos
se deslizaban en sus pequeñas canoas,
cortando con sus quillas y remos el liso espejo
verde, que solo a ratos se rompía por
el salto de un pez.
Daños
al manglar
Mientras navegábamos, pudimos observar
los añeros mangles rojos que se repetían
en las riberas y tratamos de imaginar cómo
fue el paisaje cuando aún existían
más de 20 093 ha de bosque de manglar,
de las cuales se han talado más de
17 000 ha, entre otras razones, para establecer
las piscinas camaroneras que ahora estaban
abandonadas tras una cortina verde que en
vano intenta disimular la destrucción
perpetrada.
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No 35 de ECUADOR
TERRA INCOGNITA |
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