N° 36 Julio - agosto de 2005
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Texto Santiago Kingman
Foto Juan Diego Pérez

Aliados íntimos. El monte y los shuar

El buen olfato y el conocimiento de la selva de Benito Santiak le permitió cazar un sahino que será bien recibido por su numerosa familia.

Es difícil concebir a un pueblo fuera de su medio. Escuchar las palabras de los shuar acerca de la selva de la cordillera del Cóndor es como asistir a una lectura delicada y minuciosa del mundo; acompañarlos durante sus recorridos supone aprender una utilidad y un sentido para cada elemento perceptible. Un occidentalizado no mira lo mismo que un shuar, porque cada uno de ellos tiene una idea diferente de lo que es la realidad: en el mundo shuar lo real no está a la vista, no es positivo, sino que conforma una dimensión del mundo que solo puede ser percibida bajo el efecto del tabaco, del natem (ayahuasca, en quichua) o del maikuant (floripondio, en español).

En el pasado fue fácil entrar en la dimensión real del mundo, entre aquella y la humana —la irreal y apreciable por nuestros sentidos— existía un umbral fácilmente vulnerable; era como si ambos mundos hubiesen estado superpuestos. Hoy la frontera es menos permeable. Los seres activos y poderosos que habitan en lo real no se interesan por lo transitorio (frágil) que puede ser visto y descrito por los humanos vivos; estos últimos (seres de la dimensión irreal) no son más que instrumentos de lo real. Cuando hablamos de los seres reales, no nos referimos a espíritus que viven en objetos, animales o plantas, sino a dioses y humanos muertos (los llamados antiguos shuar) que existen también como animales, plantas y objetos.

Un shuar antiguo se transforma en mono por orden del jefe de los monos (que es un dios). Un venado y un oso perezoso tienen un espíritu similar al humano, por lo tanto no se los debe comer; en una piedra vive un antepasado; un dios poderoso puede tomar una forma humana o de animal. Por eso, al relacionarse en esta dimensión del mundo, uno debe descubrir con qué tipo de ser se está topando, hay que ser muy cuidadoso y estar siempre alerta; de allí que los alucinógenos son el camino para entender lo real y para recibir su fuerza.

Arutam

El Pueblo de las Cascadas Sagradas (otro nombre del pueblo Shuar) fue denominado así por la gigantesca cantidad de caídas de agua que hay en su territorio y por la relación espiritual que con éstas mantienen los shuar. En esas aguas habita Arutam, el que provee de fuerza, de vitalidad y de espíritu guerrero. Es el sitio de la iniciación de los jóvenes, y allí se trata de entender el destino de los hombres.

Para llegar a las cascadas se requiere respeto. Los uwishin (que corresponden a los shamanes de occidente) ayunan cinco días antes y van caminando lentamente. Durante el trayecto toman natem y simulan ruidos de pájaro, para avisar su llegada y obtener una respuesta. Una vez allí, se golpea la roca tras la cascada y se espera una señal del agua, cuando ésta se abre en actitud de acogida, Arutam inicia el contacto y los rituales debidos. Al salir, también se ayuna y no se debe regresar a ver porque si lo que se mira es sangre, en lugar de agua es seguro que vendrán tiempos malos y la misma muerte.

Las cascadas, de toda forma y altura, forman santuarios rodeados de bosque a los que se llega por trochas casi perdidas —puesto que hasta allí no se va cotidianamente— con rocas cubiertas de musgos y pendientes escarpadas. La vinculación con el líquido elemento es muy profunda; de hecho, cuando el shuar muere se va disipando en gotas de agua, y luego en nubes...

 

 

Lee el artículo completo en la edición No 36 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


 


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