N° 37 Septiembre - octubre de 2005
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

Texto Karina Paredes
Foto Murciélago Blanco

El nuevo paisaje esmeraldeño

La ambición maderera y el eucalipto desarrollan juntos en la provincia costera de Esmeraldas. Inmensas plantaciones de este árbol foráneo van borrando sin control el bosque nativo.

Viajar a Esmeraldas siempre fue un encuentro con lo voluptuoso: el cálido clima, la deliciosa comida, su gente bullanguera y activa, la exuberancia de su vegetación, los tibios ríos con los que el cuerpo puede comulgar, sus playas... A los lados de la carretera, pequeñas o grandes manchas de bosque son el signo de la rica biodiversidad de la región conocida como el Chocó, que abarca desde la parte sur de Panamá hasta el noroeste de nuestro país, y donde la naturaleza, al parecer, se ha encaprichado por desbordar vida.

Por aquí y allá se distingue el esbelto pambil, de cuyo tronco hábiles manos podrán sacar figuras artísticas, y el profano aprovechará como parquet, vigas y postes de eterna duración, cuando no los necesarios puntales que impiden el desgaje de la planta del banano ante el peso de sus cargados racimos.

El chapil es otra palma que en sus racimos y frutos contiene un aceite de especialísimas cualidades, comparables nutritivamente con el aceite de ojiva y en bondades medicinales con el mejor regenerador de cabello, tal como lo saben las indígenas quichuas del Oriente, para quienes la ungurahua, que es como la conocen en esas latitudes, es su primer cosmético. La caña guadúa, en densos grupos, retiene entre sus raíces y troncos huecos el agua que servirá para mantener una riquísima variedad de seres asociados a estas ondulantes plantas. En la selva, árboles de codiciada madera como el guayacán, el sande, el chanul o el tangará comparten territorio con guabas, ceibos, bototillos, mientras el Fernán Sánchez matiza el lienzo verde con pinceladas rosa y escarlata.

Los incontables helechos, orquídeas, anturios, lianas y bejucos encuentran infinidad de soportes para desarrollarse y conformar la red que sustenta la llamativa vida animal de la que coplas, leyendas y canciones esmeraldeñas dan buena cuenta, mientras las manos de numerosos artesanos moldean el fruto de la endémica tagua o las conchas y corales, frutos del mar. Y cuando el viajero casi se acostumbra a esta idílica imagen, de pronto surge una colonia de gigantes, al parecer inacabable, que lo transporta a lejanas latitudes. Se trata de las inmensas extensiones de eucalipto que han sido sembradas en los cantones de Muisne y Atacames con el propósito de hacer astillas de madera para la producción de papel.

El engaño del eucalipto


Las excepcionales condiciones climáticas, el apropiado suelo y la cercanía al puerto de Esmeraldas, junto con el bajo costo de la mano de obra y de las propiedades, llamaron la atención de empresas que ya habían trabajado exportando astillas de eucaliptos provenientes de la Sierra ecuatoriana y propiciaron en 1997 los primeros ensayos de plantaciones con esta especie exótica en varias localidades de la provincia verde y en la de Pichincha.

Tres años más tarde, el Ministerio del Ambiente dio a conocer con bombos y platillos el lanzamiento del proyecto que reforestaría extensas zonas “poco productivas” entre las poblaciones de Súa y Muisne y generaría fuentes de empleo, progreso y desarrollo para la región, además de estrechar lazos comerciales con el Japón.

 

Lee el artículo completo en la edición No 37 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


 


inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 37