N° 38 Noviembre - diciembre de 2005
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Texto Carmen Borja
Foto Archivo Francisco Salazar Alvarado

Hallazgo del cadáver de Gabriel García Moreno. Su encuentro con la historia

El primer hallazgo importante en la búsqueda de los restos de García Moreno fue su corazón. Éste se encontraba en un frasco de vidrio dentro de una caja que se hallaba escondida al interior de una de las columnas del claustro del Buen Pastor.

Encontrar cadáveres podría parecer un asunto policial. Pero si los restos mortales fueron escondidos noventa y dos años antes, el trabajo se acerca al del buscador de tesoros o al del historiador de campo.

En 1975, Francisco Salazar Alvarado, mi abuelo, luego de apasionantes investigaciones, halló el cadáver de uno de los personajes más connotados y polémicos de la memoria del Ecuador: Gabriel García Moreno. Este encuentro es el corolario de una vida de admiración y búsqueda incansable.

El hallazgo ocurrió varios años antes de mi nacimiento y, desde que tengo memoria, he escuchado su relato una y otra vez. Por eso éste no me parece extraño, pero quizá también porque, para mí, la personalidad de mi abuelo siempre explicó este acto.

Aquel abuelo cariñoso que en mi visión de niña parecía saber cosas que el resto ignoraba –información preciosa que en su momento compartiría con quienes realmente la merecieran–, era un amante de la historia, de la religión y de la política. Y la intensidad con la que hablaba sobre todos esos temas me hacía admirar aquella sabiduría que solo los años y una vida comprometida te pueden dar.

Toda esta acumulación de conocimiento y vida se encontraba, a mi parecer, en un mágico lugar: su gran biblioteca. Los niños de la familia nos sentíamos atraídos por este lugar lleno de textos de todos los géneros, colecciones enteras de revistas, decenas de enciclopedias y, entre volumen y volumen, algún dulce escondido. Era nuestro juego secreto, mi abuelo los dejaba allí para que nosotros los busquemos y también, supongo yo, para que en aquella tarea nos adentráramos en un mundo de libros plagados de historia.

La emoción de entrar en aquel lugar dulce y misterioso, y de descubrir escondites secretos, se incrementaba con la contemplación de otros objetos que descansaban junto a los libros; y no hablo ya de los dulces, sino de serpientes en formol y del puño y la vértebra cervical de un cadáver. Y si a eso le sumamos el hecho de que alguna vez mi abuelo también guardó dos corazones de personas que habían fallecido antes de que él naciera, e incluso el cadáver de un presidente del siglo XIX, entenderemos mi fascinación por aquel lugar lleno de relatos y tesoros escondidos.

A medida que crecía, fui tomando conciencia de que los corazones habían sido del arzobispo de Quito, monseñor José Ignacio Checa y Barba –envenenado en 1877– y del presidente Gabriel García Moreno, asesinado frente al Palacio de Gobierno dos años antes de la muerte del primero. Al segundo correspondía el cadáver –vértebra incluida–, y el puño había sido parte de su uniforme.

Pero, ¿cómo llegaron hasta la casa de mi abuelo? Es una interesante historia que él relata en su libro Encuentro con la historia, publicado a principios de 2005. Allí describe, además, el último día de García Moreno, que fue más o menos así:

El último día de García Moreno

Durante la mañana del 6 de agosto de 1875, luego de comulgar en la iglesia de Santo Domingo, el Presidente regresó a su casa, ubicada frente a la plaza del mismo nombre, y terminó de escribir el mensaje que planeaba leer el 10 de agosto ante el Congreso Nacional.


Lee el artículo completo en la edición No 38 de ECUADOR TERRA INCOGNITA


 


 


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