En los últimos años, una de las mayores preocupaciones de los sectores relacionados con la conservación, además de qué y dónde conservar, ha sido cómo financiar las áreas protegidas, ya que éstas deben cubrir la paga del personal y el mantenimiento y construcción de cierta infraestructura mínima; a eso se suma una creciente presión social para que las áreas protegidas justifiquen su existencia desde un punto de vista económico, sobre todo en países como Ecuador, en donde la demanda de tierra y recursos naturales se incrementa a diario.
Frente a esta situación, varias instituciones y poblaciones relacionadas a las áreas protegidas en nuestro país han decidido aplicar programas de ecoturismo, una actividad de moda y, por lo tanto, muy tomada en cuenta en las agendas de gobiernos locales, de organizaciones no gubernamentales y de agencias de cooperación internacional. Entonces, por lo menos tres preguntas se ponen en juego: primera, ¿qué es ecoturismo? Segunda, aunque muchos dicen dedicarse conscientemente a esta actividad en el país, ¿lo están haciendo correctamente? Y, si no es así, ¿en qué están fallando?
El ecoturismo, para ser llamado como tal, debe impulsar la conservación del entorno natural y el mantenimiento y respeto hacia las culturas locales. Además, cualquier proyecto ecoturístico también debería contribuir a la participación económica de estas poblaciones y a la sensibilización de los turistas en problemáticas ambientales. Por todo esto, se puede afirmar que el verdadero ecoturismo genera menos impactos en la naturaleza que los causados por la mayoría de industrias.
Constantemente se elogia la creciente presencia del ecoturismo en nuestro país. Pero, ¿es verdad que los proyectos ecoturísticos que se están desarrollando son menos nocivos que otras actividades tachadas de perjudiciales para la biodiversidad? ¿Las divisas de esos proyectos aportan al financiamiento y cuidado de las áreas protegidas o al mejoramiento de las condiciones socioeconómicas de las poblaciones locales? Pienso que en la mayoría de casos, no. Y hago esta afirmación luego de haber participado en algunos estudios sobre los impactos del ecoturismo en diferentes zonas de la Biorreserva del Cóndor, un área en donde se concentran muchos de los proyectos que llevan el membrete de ecoturísticos en el país. Revisemos el caso:
Caso de la Biorreserva del Cóndor
La Biorreserva del Cóndor (BRC), con su territorio de más de dos millones de hectáreas, con aproximadamente 200 mil personas en su interior, y con una gran biodiversidad por proteger, tiene importantes amenazas ambientales y necesita enfrentarlas de alguna manera. Muchos de los involucrados han visto al ecoturismo como una fórmula eficaz para que la gente que usa y depende de este territorio deje de deforestar y fragmentar sus ecosistemas.
Esta visión ha sido muy difundida, ya que cada vez hay más personas (del país y del exterior) interesadas en conocer y disfrutar de lugares naturales y de poblaciones humanas con características culturales diferentes, y que, por otra parte, la BRC ofrece escenarios turísticos muy diversos en cuanto a naturaleza y cultura. Desde luego, ese potencial turístico también ha sido vislumbrado por empresarios afuereños y por algunos pobladores de las mismas comunidades.
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