N° 44 Noviembre - diciembre 2006
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Los dibujos de las plantas colectadas durante la Expedición Botánica al Virreinato de Nueva Granada fueron realizados por artistas quiteños y neogranadinos, que pronto aprendieron las técnicas de la ilustración botánica. Este dibujo corresponde a Cinchona lanceifolia.

Vida y milagros del árbol de las calenturas

Texto Juan F. Freile

La naturaleza, ecuánime y sabia, nos brinda por igual algunos males y enfermedades y los remedios que necesitamos para curarlos. Por ejemplo, es un mosquito el que nos transmite una de las enfermedades más comunes y causantes de un alarmante número de muertes por año: la malaria; pero es un árbol nativo de los bosques andinos ecuatoriales, la cascarilla o quina, el que nos provee de los polvos mágicos que la curan.

Se dice que la malaria o paludismo no es una enfermedad nativa de nuestras tierras americanas, sino que llegó años después, cuando las colonizaciones y traslados de esclavos desde distintas regiones tropicales del planeta eran pan de cada día. Lo cierto es que gracias a la excepcional capacidad de observación y la profunda relación de respeto y conocimiento de la naturaleza que tenían los antiguos habitantes de nuestros Andes, no resultó muy complicado para ellos encontrarle un remedio a tan difundido mal entre las “hierbitas” que aplicaban para curar padecimientos febriles semejantes.

El “descubrimiento” de la quina por el mundo occidental tardó algunos años más. De acuerdo con Fernando Ortiz Crespo, la historia sobre la revelación de las virtudes de esta planta a Occidente y su difusión por el mundo es confusa y de ella existen múltiples versiones, varias contradictorias; unas apegadas a estrictos documentos históricos, otras con tintes más fabulescos y otras tantas inclusive con pasiones de carácter religioso y hasta político. Dejando de lado los intricados detalles detrás de esta historia –mismos que son competencia de otro artículo en esta revista– vale quedarnos con una verdad: a mediados del siglo XVII, o quizás antes incluso, por artes de facultativos con un pedacito de su fe aún enraizado en la naturaleza, la corteza de la quina saltó a la fama como el “antídoto” ideal para curar las fiebres palúdicas.


Este magno descubrimiento, según cuenta la historia, sucedió en tierras lojanas, pero en realidad la cascarilla no está confinada a esta austral provincia. De hecho, cuando nos referimos a la cascarilla debemos aclarar que no es una sola, sino que se trata de un género de difícil clasificación con alto endemismo e hibridación. No hay consenso en el número de especies. Según el Catálogo de Jørgensen y Ulloa, 12 especies se encuentran en Ecuador. Todas ellas corresponden al género Cinchona de la familia botánica de las rubiáceas, y  todas habitan principalmente en bosques temperados andinos, tanto en la cordillera oriental como en la occidental, y en algunos valles interandinos. Una especie, C. pubescens, ha llegado también a las islas Galápagos, mientras otra, de nombre villosa, vive en las selvas amazónicas de Zamora-Chinchipe, y otras dos (barbacoensis y capuli) llegan hasta tierras tropicales a 500 metros sobre el nivel del mar. El nombre latín que esta planta recibiera hace más de 260 años forma parte también de la enredada historia de su “descubrimiento”, al hacer honor a la Condesa de Chinchón quien, según cuenta la leyenda, se curó de su malaria gracias a la febrífuga corteza.


 


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