N° 45 - enero febrero 2007
 
 
 
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Las masas de hielo andinas, como las del volcán Cayambe, son un destino preferido por escaladores de todo el mundo, quienes han testificado su retroceso en las últimas décadas.


El deshielo de los Andes

por Nicolás Cuvi


“La humanidad está amenazada por el calentamiento global”. Esta es una frase que pone los pelos de punta a varios grupos, y no por las mismas razones. A los consumidores masivos de combustibles fósiles en automóviles o industrias, la transformación de la biosfera les parece un molestoso zumbido. Mientras tanto, ante buena parte de la opinión pública y los grupos ecologistas, el tema se presenta como alarmante: se trata, dicen, de nuestro futuro en el planeta. Y existen razones para creerlo.

Desde los polos hasta los trópicos el retroceso de los glaciares, esas gruesas masas de hielo compactado, es un signo confiable de que el cambio climático, y en especial una de sus manifestaciones, el calentamiento de la atmósfera, es un hecho real y no solamente una hipótesis. Los científicos saben que el clima en la Tierra cambia naturalmente (el planeta ha pasado por glaciaciones y períodos interglaciares), pero sospechan, y cada vez tienen mejores pruebas, que la actividad humana ha acelerado bastante el ritmo de transformación y por eso se recomienda aplicar el principio de precaución: que las decisiones políticas sean preventivas ante una potencial calamidad.

Los nevados se derriten

Cualquiera que haya observado los nevados durante los últimos 15 a 30 años puede confirmarlo: los mantos de las cumbres de muchas montañas andinas se están derritiendo. Es lo que los expertos llaman “retroceso de los glaciares”, cuando su capacidad para acumular agua en estado sólido ocurre a un ritmo menor que el de deshielo.

También lo saben quienes dependen del agua para sus labores productivas y de subsistencia. Según el Consejo Nacional de Recursos Hídricos, los caudales provenientes de los deshielos del Chimborazo disminuyen de forma alarmante. En 1978, en una toma del río Mocha, durante la hora pico de deshielo pasaba un caudal de 1 500 litros por segundo. Para el año 2006 esta cifra es de 400 a 460 litros por segundo. En otra vertiente de ese volcán, el río Chimborazo, la disminución entre 1986 y 2006 ha sido de 800 a 435 litros por segundo. La Cemento Chimborazo, empresa situada en las faldas de la montaña, usaba ese potencial para operar dos turbinas; en la actualidad una está fuera de operación por falta de agua.

El caudal del río Pita, importante para el abastecimiento de Quito y sus alrededores, ha disminuido alrededor de un 30% entre 1964 y 2000. Dado que la cobertura vegetal de la cuenca, principalmente páramo, ha sido poco alterada, una de las explicaciones reside en el retroceso del glaciar del volcán Cotopaxi. Sin embargo, según Bernard Francou, glaciólogo del Institut de Recherche pour le Développement (IRD), quien lleva más de una década investigando los glaciares andinos, “además de la pérdida de glaciares, para evaluar la pérdida de caudales también es necesario pensar en la disminución de las lluvias observada hace decenios en la Sierra”. Y agrega: “en cuencas con grandes glaciares, como la Cordillera Blanca del Perú, se observa un aumento de los caudales asociado con la pérdida de las reservas de hielo. Por lo tanto, la pérdida de glaciares no significa disminución de los caudales que vienen de esos glaciares; esto depende de la relación entre masa de hielo y superficie de la cuenca hidrográfica”. Entonces, se requiere investigar más, considerando diversas variables.

Los perjudicados con la disminución de caudales, sea cual sea su causa, no son solamente grandes empresarios. Ni están ubicados únicamente en la Sierra; por ejemplo, del Chimborazo baja agua a la cuenca del río Guayas. Antes los campesinos de la llanura costera obtenían agua de pozo tras perforar 30 metros; hoy se requiere llegar hasta 100 o 150 metros de profundidad, algo que no está al alcance de todo el mundo. Es de prever mayores conflictos conforme disminuyan los caudales, se reduzca la disponibilidad para el riego, haya problemas para la navegación y para generar energía hidroeléctrica (algo que se debe considerar dados los proyectos hidroeléctricos en activo y los planificados).

Quizás lo más tenebroso del asunto sea que, como la mayoría de desgracias ambientales, el cambio climático afecta con más dureza a los pobres. El cambio climático acelerado, en parte hijo de la sociedad industrial, ha heredado esa mala costumbre de repartir con inequidad beneficios y perjuicios. Aunque el impacto sea global, quien tenga dinero podrá comprar agua o cambiar de residencia; podrá adaptarse con mayor rapidez. Para Michael Funcke-Bart, organizador del congreso regional sobre retroceso de los glaciares y consecuencias en la gestión del agua, que ocurrió en Quito en octubre de 2006, se trata de la “crónica de una tragedia anunciada” y su mensaje es: “que los que están en el poder asuman la responsabilidad en este tema, en el Norte y en el Sur”

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