N° 46 Marzo - abril 2007
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios

CONTACTO

 

 

Foto Iván Kashinsky
Frente a la industria pesquera, cuyos productos son congelados y preservados, los pescadores artesanales enfrentan la necesidad de vender su producto tan pronto llegan a puerto, quedando a merced de la especulación y de los precios impuestos por los intermediarios.

El mar: una compleja red

Texto Karina Paredes

Los océanos están colmados de historias mínimas que confluyen en playas, calmadas bahías o en mar abierto. ¿Quiénes son sus protagonistas?

Sentada a la orilla, Gabriela Herrera no entiende qué es esa fuerza que la levanta ligeramente. Llega de repente con un rumor que la estremece y luego es el efecto contrario: el agua se devuelve removiendo piedras y caracolas, llevándose los elaborados castillos de arena y rellenando las piscinas construidas trabajosamente. Apenas tiene cuatro meses y su carita de intriga se vuelve con frecuencia hacia su padre, quien la asegura entre sus brazos. Es su primera visita a la playa, talvez el momento en que otra alma sea cautivada por su misterio.

Como le sucedió a Pablo Mendoza, quien recorre la playa El Murciélago, en Manta, ofreciendo agua de coco y tajadas de mango verde. “El mar es un encanto, una hermosura”, dice, tras contarme que hace 12 años dejó las duras y mal pagadas faenas agrícolas para dedicarse, junto con sus hijos, a este negocio. Su familia forma parte de la asociación de tricicleros que vela por la higiene y la oferta justa de ceviches, pastelillos, empanadas, corviches y demás delicias que los bañistas buscan ávidos. Mendoza es una de las  25 mil personas que durante el 2006 trabajaron en las provincias costeras y Galápagos para alojar, alimentar y divertir turistas.

Mientras tanto, a varios cientos de metros de El Murciélago, el sol del mediodía abrasa los barcos pesqueros que flotan, detenidos, en el puerto de Manta, a la espera de su próximo viaje. Están rodeados de una multitud de canoas que, en un pintoresco espectáculo, se disputan la oportunidad de transportar a sus ocupantes. Este incesante movimiento del muelle da cuenta del peso del comercio exterior en la vida económica del país, y del sustento de estibadores, guardias, marinos mercantes o agentes de aduana. Allí mismo está la Capitanía de Puerto, desde donde Pablo Tascón, su comandante, afirma:  “El mar es vida, la esencia de la producción y el desarrollo de un país. Por allí pasan las líneas de comunicación del comercio exterior. Es vida, no solamente por los recursos naturales que provee, sino porque es usado para transportar otros recursos”. Por el puerto que vigila, y por otros del país, salen bananos, cacao, flores o frutas, productos industriales, el oro negro que arrancamos del subsuelo y los frutos de la pesca: camarones, atunes, picudos, enlatados y hasta las aletas de tiburón apetecidas en la cocina asiática. Por aquí también llegan los insumos que no producimos, o que nos ganan la competencia en precios o calidad.

El mar puede, además, traer objetos imprevistos. Así como cada ola acarrea partículas disueltas y microorganismos que nutren a los seres que habitan en la arena o las rocas, del mismo modo trae basura, peces muertos y, en un fenómeno reciente, el blanco polvillo de la cocaína, que cuando logra venderse da dinero y algunos problemas, como atestiguan los pobladores de los antes tranquilos Salango y Puerto López. Para quienes recibieron aquel “regalito” inesperado, la vida ya no es la misma: niegan conocer del tema y se esconden temerosos por las amenazas de quienes reclaman la propiedad sobre la ilegal mercancía.

Por el mar, además, circulan personas, a veces por diversión, a veces para llegar, no importa bajo qué condiciones o sacrificios, a las costas centroamericanas, y continuar desde allí su viaje hacia los Estados Unidos. Noticias de repatriaciones o    naufragios aterradores se han publicado con regularidad en los últimos lustros, de modo que esas tragedias ya casi son parte de la dinámica normal de los puertos. Es un secreto a voces los lugares desde donde parten, camufladas por la oscuridad, cientos de personas de todas las edades, en precarias pangas que las llevan hasta viejas embarcaciones en cuyas bodegas, antes acondicionadas para refrigerar la pesca, se alojarán durante semanas en condiciones de hacinamiento e insalubridad. Si el buen tiempo las acompaña y los motores no fallan, tendrán la oportunidad de continuar su arriesgada travesía; si no, el mar pasará de ser la ruta de sus sueños a la de su muerte.




Lee más en la edición impresa.
¡SUSCRÍBETE!


inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 46



hh