N° 50 Noviembre - diciembre 2007
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Foto Jorge Anhalzer
Paisaje son también los rincones pequeños como este recodo del río Peripa. Detalles modestos que enseñan a comprender y admirar un todo, extractos maravillosos en si mismos que entendidos, observados, conocidos y unidos, nos ayudan a intentar realizar una reproducción extraordinaria de un paisaje extraordinario.

Notas sobre fotografía del paisaje

Texto Jorge Anhalzer

Al escribir este pequeño artículo de fotografía del paisaje me obligo a mí mismo, en un round mental, a aclarar ciertos conceptos. Me vienen a la mente un par de reflexiones: una es que en realidad la fotografía en los amplios espacios abiertos es, para todo efecto práctico, la misma que cualquier otra. Fotográficamente hablando, da lo mismo capturar guaguas en el parque que el amanecer más sublime. Si hay alguna diferencia importante es que el fotógrafo habrá de sumar a su sensibilidad artística las habilidades propias de un andariego que le permitan acceder a los sitios mejor dispuestos para lograr su cometido, pues no se ve lo mismo desde el estrecho punto de vista al margen de la carretera, que de las altas cumbres o de los recónditos rincones de nuestra agreste geografía.

La imagen captada en la película del fotógrafo o el lienzo del pintor irá, como siempre, más o menos regida por las leyes de la estética: encuadre, composición, armonía en los colores, técnica y, por último pero no menos importante, el discurso de lo retratado. Y claro, en primera instancia la luz… Es ésta la magia que permite a nuestros ojos captar el mundo; sin ella seríamos ciegos y usaríamos sonares en vez de máquinas fotográficas. Entender la luz es el ingrediente principal en la receta de una buena imagen. La luz es la piedra angular, el cimiento de la imagen, pero no es una sola: varía en el ángulo, color e intensidad. Rebota, es difusa, confusa, tenue, fuerte, focalizada y, por último, apagada.

La luz es la que domina la imagen. Ni los filtros de colorinches, ni las artimañas del Photoshop, sino solamente la simple y natural luz del sol es el obrero que pinta nuestro lienzo, tan generosa con los fotógrafos cuando cae oblicua cerca de los crepúsculos y tan avara al mediodía, exactamente al contrario de como la perciben los agricultores. Las mejores imágenes se logran a estas horas extremas, cuando la luz es cálida y proyecta sombras que resaltan el detalle, sombras que dan textura y profundidad. Conforme se acerca el mediodía todo se vuelve soso, plano y, en cuestiones de colores, la luz tiende al frío azulado. Cuando el sol alcanza el cenit cabe pensar en otras actividades: talvez un buen almuerzo con la consiguiente siesta, que nos permitan cumplir con el popular proverbio “al que madruga Dios le ayuda”, importante sobre todo en nuestras latitudes donde el crepúsculo dura tan poco. Los viajeros que se aventuran a Alaska o la Patagonia se habrán percatado, a lo mejor, de que allá los crepúsculos son más largos, cosa que no es cuestión de amarres de países potentados, sino de que los rayos del sol caen ahí menos perpendiculares.


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