N° 53 mayo - junio 2008
 
ÚLTIMO NÚMERO

contenido
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
segmentos fijos
índice temático





PUBLICIDAD

nuestro perfil
¿quiénes nos leen?

nuestros precios




CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios


CONTÁCTANOS

 

 

la DIVERSIDAD de la vida

ENTRE LA DEBACLE Y EL ANONIMATO

 

por Santiago R. Ron

El británico Robert F. Scott es el protagonista de uno de los segundos puestos más célebres y lóbregos de la historia. Luego de enormes penurias, Scott alcanzó el polo sur el 17 de enero de 1912 solo para encontrar una bandera noruega, plantada por una expedición que les precedió por apenas dos semanas y que pasó a la historia como la primera en llegar al polo. Robert Scott y sus compañeros de expedición murieron en el viaje de retorno víctimas del hambre y el clima riguroso.


Al referirse a los valles secos McMurdo de la Antártida, una de las regiones más inhóspitas del mundo, Scott dijo: “No hemos visto nada vivo, ni siquiera un musgo o liquen; lo único que encontramos muy lejos en tierra firme fue el esqueleto de una foca y cómo llegó hasta allá es imposible de entender”. Esta observación y la subsiguiente muerte de Scott y sus acompañantes dan crédito a la percepción generalizada de que la vida es frágil y vulnerable y solo puede subsistir en un rango muy restringido de condiciones ambientales. Seguramente, Scott se hubiera sorprendido al saber que en estas planicies estériles, donde la temperatura desciende frecuentemente a cincuenta grados centígrados bajo cero, habitan al menos veinte especies de bacterias junto con varios tipos de algas e invertebrados. Al otro lado del espectro térmico, descubrimientos recientes muestran que hay bacterias en afloramientos hidrotermales submarinos para las cuales temperaturas menores a noventa grados centígrados son demasiado “frías”; mientras tanto, a más de 120 grados se reproducen alegremente. El descubrimiento de seres vivos en condiciones tan extremas tiene implicaciones profundas en nuestro entendimiento de la naturaleza y los límites de la vida.


Otro logro científico ocurrido durante los últimos veinte años, y con implicaciones igualmente profundas, es el descubrimiento de planetas en otros sistemas estelares. El primer planeta orbitando una estrella similar al sol fue descubierto en 1995 y desde entonces los planetas extrasolares se han descubierto a una ritmo sorpresivamente rápido, demostrando que estos potenciales anfitriones de la vida son ubicuos en el universo.


Cálculos conservadores sugieren que el número de planetas en el universo es de alrededor de un trillón. Una cifra tan irreverentemente alta hace que el número de planetas que potencialmente albergan seres vivos pueda ser enorme. Incluso bajo un supuesto extremadamente pesimista de que la probabilidad de origen de la vida en un planeta es irrisoria, digamos de uno entre mil millones, el número esperado de planetas habitados sería de mil millones.


En conjunto, estos descubrimientos relativamente recientes nos sugieren que la vida en el universo está extensamente difundida. El rango de condiciones bajo las cuales los seres vivos pueden persistir es lo suficientemente amplio como para que sea plausible que Marte, alguna de las lunas de Júpiter, o alguno del trillón de planetas de otros sistemas solares, estén habitados. La diversidad biológica terrestre podría no representar nada más que una escaramuza evolutiva marginal en el contexto de un universo plagado de seres vivientes.

 

Biodiversidad anónima

Por ahora no podemos hacer nada más allá de maravillarnos con la observación y el estudio de la biodiversidad de la Tierra. Lo sorprendente es que los vacíos en el conocimiento de la vida en nuestro propio planeta son colosales a pesar de que han pasado 250 años desde que Carolus Linnaeus describió formalmente las primeras especies de animales y plantas y casi 150 años desde que Darwin identificó a la selección natural como el motor fundamental del origen y diversificación de la vida.


Se cree que en la Tierra habitan entre quince y veinte millones de especies, de las cuales todavía nos falta por descubrir el 90%. Del 10% restante, en la mayoría de los casos no se conoce nada más que una muy sucinta descripción de su apariencia externa. Este enorme vacío en nuestro conocimiento tiene un costo económico enorme para la humanidad, porque los bienes y servicios que brinda la biodiversidad –en forma de medicinas, materias primas, fuentes nuevas de alimento, control de plagas y demás– no podrán ser aprovechados integralmente mientras no lleguemos a inventariarla adecuadamente. Desde una perspectiva menos utilitaria, necesitamos describir y entender la complejidad de la vida para poder conservarla. Un axioma muy conocido en la biología de la conservación es que lo que no se conoce no se puede proteger. Es angustiante que nuestro desconocimiento de la biodiversidad esté permitiendo la extinción de especies incluso antes de que sean descubiertas.


Por supuesto, la gravedad del problema varía entre grupos de organismos y regiones geográficas. Entre los organismos mejor conocidos se cuentan las plantas, las aves y los mamíferos. Esto en gran parte se debe a que los científicos que se dedican al descubrimiento y la descripción de especies nuevas –también conocidos como taxónomos– históricamente se han interesado en organismos carismáticos, preferiblemente de colores brillantes o cubiertos de pelo o plumas. Sin embargo, incluso entre estos grupos privilegiados, todavía hay muchos vacíos por llenar. En el caso de las plantas, por ejemplo, se han descrito 270 mil especies de un total estimado de 300 mil. En el caso de los mamíferos, solo durante las últimas dos décadas se han descubierto mil especies de las 5 mil conocidas.


Desafortunadamente, lo que el sistema cognitivo humano interpreta como estéticamente atrayente, a menudo no refleja la importancia ecosistémica o el potencial de una especie para contribuir al bienestar humano. Las bacterias marinas del género Prochlorococcus, por ejemplo, podrían ser los organismos más abundantes del planeta y sin duda son piezas clave en el funcionamiento de los ecosistemas marinos. Sin embargo, estas bacterias fueron descubiertas recién en 1988. Otro ejemplo viene dado por los hongos –fuente de una enorme cantidad de medicinas– cuyo número de especies conocidas es de 69 mil, apenas el 4% de las 1,6 millones de especies que se cree existen.

 

Tecnología y diversidad críptica

Durante los últimos diez años se ha desatado una revolución tecnológica que ha facilitado el descubrimiento de nuevas especies. Mediante el uso de técnicas de biología molecular es posible comparar la variabilidad de los genes de diferentes poblaciones y descubrir que algunas de estas, aunque similares en apariencia, a nivel genético son tan diferentes como humanos y chimpancés.


Un análisis del ADN de la rana bullanguera que vive en la Costa del Ecuador, por ejemplo, reveló que lo que antes se consideraba una sola especie (Engystomops pustulatus) en realidad representaba un grupo de cuatro especies crípticas. Las especies crípticas se caracterizan por ser similares en apariencia externa –por lo que pueden ser consideradas erróneamente una sola especie– a pesar de haber evolucionado independientemente por períodos prolongados. En base a estos resultados, un estudio del autor y colaboradores aparecido en la revista Molecular Phylogenetics and Evolution, ha estimado que los análisis genéticos permitirán el descubrimiento de alrededor de mil especies de anfibios en Centro y Sudamérica, un número comparable al de toda la diversidad conocida de anfibios del África.


De modo similar, el año pasado, análisis de ADN llevados a cabo en el Laboratorio de Genética Humana y Citogénica Molecular de la Universidad Católica contribuyeron al extraordinario descubrimiento de una nueva especie de vizcacha en Cariamanga, provincia de Loja. Este peculiar mamífero es conocido localmente con el ingenioso nombre de “arnejo” por su aspecto intermedio entre ardilla y conejo. El descubrimiento fue inesperado porque actualmente la mayoría de mamíferos de ese tamaño ya han sido descritos. El hallazgo tan tardío de un mamífero de esas características confirma que lo que sabemos acerca de algunos componentes de nuestra biodiversidad es comparable a nuestro conocimiento de la biodiversidad de otros planetas.

 

Carrera contra la extinción

El inventario biológico está muy lejos de completarse en países como el Ecuador, donde lo tradicional ha sido que haya pocos científicos locales dedicados al descubrimiento de nuevas especies y a la exploración de la naturaleza. Este factor, combinado con la falta de políticas estatales que incentiven la investigación y el desarrollo científico, ha coadyuvado para que sepamos muy poco sobre nuestros recursos biológicos.


Un caso ilustrativo es el de los anfibios. En el Ecuador actualmente se conocen 465 especies (una lista completa aparece en el portal del Museo de Zoología de la Universidad Católica: www.puce.edu.ec/zoologia) y cada año se descubren y describen varias especies, lo que sugiere que la lista es bastante más larga. El número de especies formalmente descritas se ha duplicado desde el año 1970 y en los últimos diez años se han adicionado 37 especies. Solamente en la colección de anfibios del Museo de Zoología de la Universidad Católica en Quito hay alrededor de sesenta especies que, almacenadas en frascos llenos de alcohol, esperan ser descritas. El especialista Luis Coloma, en la revista Zootaxia, estima que el número total de anfibios del Ecuador es de setecientas especies, las cuales, a la tasa de descripción actual, terminarán de ser inventariadas recién en el año 2070. Desafortunadamente, no tenemos tanto tiempo porque la acelerada tasa de deforestación, el cambio climático, la contaminación o el arribo de enfermedades están erosionando rápidamente nuestra biodiversidad. Para el año 2070, muchas especies se habrán extinguido sin que los seres humanos siquiera nos hayamos percatado de su existencia.


Una tendencia esperanzadora es que durante los últimos años jóvenes científicos ecuatorianos han empezado a hacerse cargo del reto de explorar e inventariar nuestra diversidad. Mientras que hasta hace un par de décadas la mayoría de especies eran descubiertas por científicos extranjeros, actualmente son los investigadores nacionales quienes con más frecuencia se aventuran por bosques y páramos para descubrir especies y con su trabajo poner los cimientos para proteger y manejar nuestra biodiversidad. Sin duda, el país necesita con urgencia muchos más biólogos que se embarquen en esta exploración fascinante de la complejidad de nuestra naturaleza

 

Lee más en la edición impresa.

¡SUSCRÍBETE!

inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 53



hh