N° 54 julio -agosto 2008
 
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por David Salazar*

 

"... Eres un animal raro,

-le dijo al fin. -Delgado como un dedo...

-Pero soy más poderoso que el dedo de un rey -dijo la serpiente.

El principito sonrió. -No eres muy poderoso... ni siquiera tienes patas... ni siquiera puedes viajar...

-Puedo llevarte más lejos que un navío -dijo la serpiente. -A quien toco, lo vuelvo a la tierra de donde salió -dijo aún. -Pero tú eres puro y vienes de una estrella..."

De esta manera hace su aparición la serpiente en El Principito, una de las obras infantiles para adultos más importantes de la literatura mundial. A pesar de que en un inicio se le da a este personaje la facultad de discernir la calidad moral y origen del principito, más adelante el autor le otorga un rol perverso al advertir que "Las serpientes son malas. Pueden morder por placer..." La perfidia como característica de las serpientes viene de mucho antes, como lo muestra su participación en el libro del Génesis y en las representaciones del infierno. Varias producciones audiovisuales se hacen eco de esta imagen, con lo que perpetúan la antipatía de la gente hacia estos reptiles, probablemente mayor a la que siente por cualquier otro animal.

Recientemente, un programa de televisión divulgó una encuesta que reveló que la segunda fobia más generalizada entre los ecuatorianos, después del temor a las alturas, es la ofidiofobia (miedo intenso y desproporcionado hacia las serpientes u ofidios). No es de extrañar, entonces, que varias personas encuentren extraño el que un investigador se adentre en la selva precisamente en busca de estos animales. Su sorpresa es mayor cuando conocen que estas búsquedas se las realiza en la noche cuando, según creencias populares, otros tantos demonios andan sueltos. Y es que para muchas personas, uno de los principales inconvenientes para disfrutar de un paseo por los bosques de nuestro país es la posibilidad de encontrarse con estos bichos, según ellos, tan despreciables.

El miedo extremo a las serpientes, calificado como un desorden de ansiedad, no está presente solo en los ecuatorianos. Varias personas alrededor del mundo lo padecen, considerándose a la ofidiofobia como uno de los temores más difíciles de tratar. En Estados Unidos, se estima que el 50% de la población experimenta cierta ansiedad en presencia de alguna serpiente y que otro 20% está aterrorizado con ellas, al punto de no poder ver una fotografía o de sostener una conversación a su respecto sin ayuda profesional. Pero, ¿está justificado este temor? ¿Dónde podría estar su origen?

En gran medida, la fobia generalizada hacia las serpientes se basa en que algunas de ellas son venenosas y capaces de infligir heridas graves, e incluso la muerte. Sin embargo, solamente alrededor del 21% de especies son venenosas. En Ecuador, de las 207 especies de ofidios registradas, cuarenta son venenosas (19%): diecisiete víboras (familia Viperidae) y 23 especies de serpientes coral y marina (familia Elapidae). De éstas, solamente unas pocas especies comparten hábitat con el ser humano o existen en densidades lo suficientemente altas como para representar un riesgo real. En Centroamérica, por ejemplo, la frecuencia de mordeduras de la víbora equis (Bothrops asper) a investigadores y estudiantes de campo fue de tan solo tres mordeduras en 1,5 millones de horas/persona de trabajo. Esta especie es una de las más abundantes a lo largo de su distribución (desde México hasta Perú), y es una de las serpientes venenosas más importantes en América Central y del Sur en términos de morbilidad y mortalidad de seres humanos. Cuando estos encuentros se producen, la mayoría de serpientes prefiere huir, ya que el propósito principal de su veneno es obtener comida y optan por no gastar en una persona este producto energéticamente costoso. Solamente lo utilizan como método de defensa cuando sus opciones de escape se han esfumado.

Innegablemente, el riesgo de un accidente ofídico es mayor para la gente que vive y de-sarrolla sus actividades en zonas rurales. Un estudio realizado en el principal hospital del cantón Sucúa, Morona Santiago, encontró que en cinco años (1996-2000), se registraron 142 mordeduras de serpientes venenosas (entre 22 y 38 casos por año), siendo los agricultores el grupo más afectado (44%). El 92% de estos casos fue resuelto sin complicaciones y solamente cuatro individuos murieron (2,9%). Este bajo porcentaje de mortalidad es similar al encontrado en otros países. Y es que actualmente existen métodos efectivos para el tratamiento de mordeduras venenosas, como el uso de sueros antiofídicos. El problema con estos medicamentos es su prohibitivo precio para la mayoría y su deficiente distribución.

Resumiendo, dado que solo dos de cada diez especies de serpientes son venenosas y que el índice de mortalidad por mordeduras, incluso para el grupo poblacional más expuesto, es bajo, ¿no es sorprendente que el recelo hacia estos animales sea tan alto, especialmente en las ciudades, donde son muy escasos?

¿Es posible que, más allá de la influencia de libros y películas, exista algún otro factor que determine este temor? Al parecer, sí. Evidencia científica acumulada apoya una reciente teoría que sugiere que la convivencia recurrente de serpientes y primates durante su evolución, pueden haber moldeado los cerebros de estos últimos, incluyendo el del hombre. Según esta teoría, los ofidios actuaron como una presión selectiva responsable de la convergencia de los ojos, especialización visual y expansión del cerebro en primates. Hipótesis anteriores que trataban de explicar el desarrollo de estas características, distintivas de los primates, como adaptaciones para obtener presas o desplazarse por su hábitat, han sido objetadas recientemente. En su lugar, evidencia paleobiogeográfica, neurocientífica, ecológica, comportamental e inmunológica sugiere que la exposición evolutiva a las serpientes -los depredadores más antiguos de mamíferos placentarios- contribuyó significativamente a la evolución de las estructuras neurales de los mamíferos para detectarlas y evadirlas. La variación en esta exposición resultó en una diferencia en el grado de especialización visual en primates. Por ejemplo, en la isla de Madagascar nunca han existido serpientes venenosas y los prosimios (lémures o tarsios, por ejemplo) que habitan allí, no tienen desarrolladas las estructuras del cerebro involucradas en la vigilancia, el miedo y la memoria asociadas con estímulos de depredadores. Quienes sí las tienen son los primates antropoides (todos los simios a excepción de los prosimios). Sin embargo, ellos también han convivido de forma diferencial con serpientes nocivas.

Entre los primates antropoides, los primates del Viejo Mundo (macacos, mandriles, chimpancés, gorilas, orangutanes y humanos, por ejemplo) se han diversificado en coexistencia ininterrumpida con serpientes venenosas, por lo que sus sistemas visuales y cerebros se expandieron en mayor medida que los primates de las Américas (monos aulladores, araña, ardilla, leoncillos, por ejemplo), que, por el contrario, han estado expuestos solo de manera intermitente a estas serpientes.

Así, la exposición evolutiva a las serpientes ha sido esbozada como una de las razones para la activación de un sistema comportamental, mental y neural denominado módulo del miedo. Este sistema es activado en humanos y otros primates frente a estímulos relacionados con amenazas para su supervivencia. Además, es independiente de la cognición, ya que su activación, y el consecuente miedo producido, no requiere que las serpientes sean percibidas conscientemente.

Durante las últimas décadas, el miedo hacia las serpientes ha sido combatido con educación en zoológicos, museos de historia natural y editoriales, con el propósito de proteger a estos animales. Sin embargo, no todos estos esfuerzos son llevados de buena forma. Las instalaciones de ciertos serpentarios siguen desprovistos de carteles informativos que permitan al público entender qué es lo que está viendo, y la gente regresa a sus hogares entretenida pero sin aprender. Así, estos establecimientos lucran de la exhibición de serpientes y las emociones que suscitan, pero sin cumplir con el deseable propósito de educar para la conservación de la fauna.

La teoría que aquí hemos examinado explica el componente genético del miedo a las serpientes, pero el hombre es, además, un animal cultural. El miedo a las serpientes, a más de un instinto, es transmitido por la educación. Así lo testifica la existencia de personas con una actitud hacia las serpientes -ofidiofilia, la podemos llamar- difícil de comprender para los demás. La práctica de criar serpientes en cautiverio, por ejemplo, constituye un enorme mercado global. Más aún, apasionados investigadores alrededor del mundo dedican buena parte de sus vidas a desentrañar los misterios de este animal, "que asusta... pero que gusta", como dice la popular canción

 

*David Salazar es biólogo, investigador del Museo de Zoología de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. davidsalazarv@gmail.com


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