N° 55 septiembre - octubre 2008
 
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PETROECUADOR
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44 años después de la llegada de Texaco al Ecuador, y quince desde el inicio del juicio en su contra, Petroecuador comete los mismos crímenes que cometió Texaco, y nadie hace mucho al respecto.

 

Llegué a la Amazonía con la intención de investigar las atrocidades cometidas por la Texaco desde los sesenta. La evidencia es espantosa. Hasta el día de hoy quedan enormes piscinas de desechos tóxicos pudriéndose en los traspatios de finqueros pobres. Pero esto ya me lo esperaba. Lo que me sorprendió fue que, 44 años después de la llegada de Texaco al Ecuador, y quince desde el inicio del juicio en su contra, Petroecuador comete los mismos crímenes que Texaco, y nadie hace mucho al respecto.

Fotografié a Pablo Fajardo por primera vez frente a una gran piscina de desechos cerca de Lago Agrio. Luego le pregunté, “¿cuándo dejó Texaco esta piscina?” Me explicó que la había dejado Petroecuador. Aparentemente, Petroecuador adoptó los mismos hábitos que sus socios texanos, y cuando revirtieron las operaciones, vino más de lo mismo.
En mi segundo viaje a la selva decidí indagar un poco más. Un trabajador me había dicho que Petroecuador recogía los desechos dejados por Texaco y los vertía detrás de su campamento en Sacha, para luego quemarlos en un gran horno. ¿Quemarlos en un horno? Crucé la entrada principal y seguí por un camino lateral. Lo primero que vi fue algo que parecía un horno grande, y luego encontré enormes piscinas de desechos, de aproximadamente treinta metros de largo. Luego de tomar fotos empecé a oír gritos, y llegaron algunos trabajadores que me enviaron a hablar con el encargado. “¿Podría enseñarme qué es lo que hacen con los desechos de las piscinas que dejó Texaco?”, pregunté. El voluminoso tractorista me informó que necesitaba una carta de la oficina de Petroecuador en Lago Agrio para poder ingresar a las instalaciones. Luego me aseguró que todos los desechos eran inyectados a grandes profundidades. No es lo que parecía allá atrás, pensé para mí.

Un taxista llamado Jesús me llevó hasta cerca de la frontera con Colombia. Justo después de atravesar un pequeño pueblo encontramos el pozo Tete 4. Lo que vi allí me perturbó profundamente. El pozo tenía un escape obvio. En lugar de arreglar el problema, alguien había cavado un canal para redirigir el derrame hacia un cuerpo de agua cercano. Grandes manchas aceitosas de colores cubrían el estanque. Jesús ya había estado allí hace una o dos semanas, así que la masa tóxica llevaba por lo menos semanas expandiéndose y nadie se había molestado en solucionar el problema.

¿Por qué Petroecuador no ha aprendido alguna lección de los crímenes de Texaco? Se han perdido vidas humanas, y la gente está plagada de enfermedades, desde cáncer hasta sarnas. ¿Cómo puede el Ecuador seguir los pasos de los texanos y continuar haciendo daño a su propia gente?

Texto y foto: Ivan Kashinsk


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