N° 57 - enero febrero 2009
 
 
 
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por
Diego Lombeida*

Pese a su desproporcionada importancia ecológica, las plantas no siempre han despertado tanto interés entre el público como los animales. Si uno analiza el menú de documentales y reportajes sobre naturaleza que se presentan en los medios especializados (particularmente en la televisión), de inmediato notará que la gran mayoría trata sobre los problemas ambientales, en segundo lugar están aquellos que tienen que ver con animales (sobre todo la manera en que cazan), mientras que muy pocos se enfocan exclusivamente en las plantas.

De hecho, la única serie documental que expone de manera integral y a escala global el crecimiento, la reproducción y la supervivencia de las plantas, es The private life of plants. Este especial de seis episodios salió al aire en Gran Bretaña en enero de 1995. Los productores de la BBC enfrentaron serias dificultades en conseguir financiamiento para la serie; tuvieron que viajar a los Estados Unidos y convencer al magnate de los medios Ted Turner, quien inmediatamente les hizo ver la preocupación general: “¿seis horas hablando sobre plantas… no son muy interesantes, verdad?”. No fue sino gracias a la intervención de su entonces esposa, la célebre actriz y amante de las flores Jane Fonda, que se llevó a cabo el documental.

En realidad, The private life of plants fue obra del pionero y campeón de los documentales de historia natural, David Attenborough. Años más tarde, él confesaría que su principal motivación para realizar la serie fue su deseo de visitar uno de los sitios más extraordinarios y remotos del planeta, y tenía toda la razón, porque hay que verlo para creerlo: marcando parte de la frontera entre Venezuela, Brasil y Guyana, se levanta una enorme plataforma de roca arenisca de casi tres kilómetros de altura y de más de diez kilómetros de largo, tan imponente y remota que despertó el mito del Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle: el cerro Roraima.

La excusa para hablar acerca de las plantas provino de que la vegetación que existe en Roraima, así como el resto de la vida ahí presente, está físicamente aislada del resto del planeta desde hace algunos cientos de millones de años, de modo que las plantas que allí se encuentran evolucionaron en total aislamiento del bosque que las rodea. Allí habitan especies únicas, adaptadas cada una en su peculiar manera a un ambiente pobre en nutrientes, y donde llueve casi a diario y, en ocasiones, por varios días sin parar.


En este punto cabe explicar el porqué de toda esta historia sobre un documental. Bueno, porque dos elementos importantes unen a esta serie con el tema de esta nota: primero, las condiciones que existen en Roraima ilustran las razones por las que evolucionaron las plantas carnívoras, y luego, porque para la portada de la serie se escogió precisamente a una de las más famosas de ellas: Dionaea muscipula, la venus atrapamoscas.

Entonces, comencemos: ¿de dónde vienen las plantas carnívoras?, ¿son acaso algún tipo de aberración evolutiva, o tal vez algún monstruo transgénico…?

Realmente no. La evidencia más reciente sugiere que los diferentes tipos de plantas carnívoras evolucionaron independientemente, desarrollando diferentes mecanismos para enfrentar, sin embargo, un mismo problema: suelos con carencia de nutrientes, sobre todo nitrógeno. Así que regresemos al cerro Roraima, que es un ambiente donde las constantes lluvias lavan los pocos nutrientes del suelo, dejando expuesta la estéril arenisca en muchos sitios. Hay sol, agua y todos los gases necesarios para la fotosíntesis, pero no hay nitrógeno, que es indispensable para la elaboración de proteínas y del ADN. De modo que gran parte de sus especies endémicas tuvieron que desarrollar mecanismos para obtener este y otros nutrientes, a partir de la única fuente disponible: los animales.

Se define a una planta carnívora como aquella que obtiene la mayoría de los elementos químicos que necesita para sobrevivir (los nutrientes) mediante la captura, muerte y digestión de pequeños animales, sobre todo invertebrados, además de pequeños vertebrados, como ranitas y lagartijas, y también microbios, como los paramecios. En este sentido, es importante dejar en claro que si bien estas plantas obtienen nutrientes de sus presas, su energía proviene de la fotosíntesis, como en el resto de las plantas.

A pesar de que la ecología del cerro Roraima es única, la condición con suelos pobres se repite por diferentes circunstancias en todo el mundo. De allí que haya plantas carnívoras en casi todos los continentes, aunque, por su misma naturaleza, se trate siempre de especies poco comunes. La diversidad del grupo se estima en aproximadamente 625 especies distribuidas en cinco familias. De éstas, dos se han registrado en el Ecuador, la familia Droseraceae, con el género Drosera, y la familia Lentibulariaceae, con los género Pinguicola y Utricularia. En los tres casos se trata de plantas presentes en uno de nuestros ecosistemas más representativos: los páramos.

Seguramente, el aspecto más llamativo de las plantas carnívoras es la variedad de los mecanismos que emplean para atrapar y digerir sus presas. En base a la estructura involucrada y al mecanismo de captura, podemos agruparlos en cinco tipos:

1. Las que emplean hojas enrolladas para formar embudos o urnas que funcionan como trampas de caída (pitfall traps). Dentro de ellas quedan atrapadas las presas, que mueren ahogadas en el agua que se acumula en su interior. Entonces son digeridas por bacterias o, como en el caso de las plantas del género Sarracenia, mediante enzimas que extraen los nutrientes que luego son absorbidos por las plantas. En este grupo se encuentran las “plantas jarro” (pitcher plants), como la especie Heliamphora chimantensis, cuyo nombre se deriva del tepui Chimanta, en Venezuela. Esta especie se encuentra en Roraima, y allí debe enfrentar un problema adicional debido a las constantes lluvias: que su trampa-cucurucho no se desborde de agua. Para esto, ha evolucionado un mecanismo de desagüe igual al de las bañeras, un pequeño orificio cerca de su borde superior por el que sale el exceso de agua. Otras especies, como las Sarracenia, tienen “tapas” que las protegen de la lluvia.

En este grupo se encuentran también las llamadas “urnas con tapa” (monkey cups) del género tropical Nepenthes, con más de cien especies, cuyos representantes más grandes son capaces de capturar y digerir pequeños reptiles e incluso mamíferos.

Un caso particular es el de la bromelia carnívora. Las bromelias son bastante comunes en nuestros bosques nublados y en las selvas. Por más señas, en Navidad las colectamos despiadadamente para adornar los nacimientos. En la naturaleza, estas plantitas extraen nutrientes del agua que colectan en las “axilas” de sus hojas, porque sus raíces les sirven únicamente para sujetarse a las ramas de los árboles sobre los que crecen. Pero como no poseen enzimas digestivas o venenos, estas pequeñas “piscinas” proveen de agua a muchos habitantes de la selva, como monos y aves, así como refugio a muchos insectos, anfibios y reptiles. Pero en el caso de la especie Brocchinia reducta, otro habitante de Roraima, las piscinas tienen un ingrediente extra: la enzima fosfatasa, la cual ayuda a digerir a los invertebrados que fatalmente resbalan por sus lubricadas hojas, haciendo que esta especie califique como una verdadera planta carnívora.

2. Las que emplean “cepos” o “ratoneras” (snap traps). Con solo dos especies, una terrestre y una acuática, no son tan diversas como los embudos, aunque cuentan con la especie más popular, la famosa venus atrapamoscas. En este caso, la trampa está formada por hojas cuyas secciones terminales están divididas en dos lóbulos articulados. En la cara interna de estos lóbulos hay pequeños filamentos sensibles al tacto que una vez activados provocan un cambio rápido en la forma de las células de la articulación, lo que a su vez cierra rápidamente la trampa, atrapando una gran variedad de presas, que son absorbidas tras una digestión de varios días.

3. Las plantas que presentan hojas que secretan fluidos viscosos y pegajosos parecidos al del papel atrapamoscas (flypaper traps), aunque de aroma dulce, que atrae a pequeños insectos. En este grupo se encuentran las especies presentes en el Ecuador. En las plantas llamadas rocío de sol, del género Drosera, las glándulas pegajosas se encuentran en el extremo de tentáculos que reaccionan moviéndose hasta envolver a la presa. El otro género de este grupo presente en nuestro país es Pinguicola. En estas plantas, las glándulas que secretan las sustancias pegajosas son pequeñas y no son móviles; sin embargo, la hoja misma se puede envolver o desarrollar una pequeña cavidad donde la presa es digerida.

 


4. Las vejigas de succión, presentes en las plantas carnívoras acuáticas conocidas como utricularias (bladderworts). Estas plantas poseen vesículas que continuamente bombean iones y agua, generando un vacío parcial en su interior. Las vesículas tienen una pequeña abertura cerrada por una membrana articulada. Filamentos sensibles en sus bordes reaccionan ante el contacto con pequeños animalitos, los cuales son succionados por efecto del vacío. Una vez en el interior, la vesícula se cierra y se procede a la digestión. Todo esto puede ocurrir en tan solo quince milésimos de segundo, siendo talvez el movimiento más rápido del mundo vegetal.

5. Las trampas de laberinto, formadas por cámaras en las que es fácil entrar, pero cuyas salidas están camufladas o son inaccesibles. Un ejemplo son las plantas del género Genlisea (sacacorchos), que se han especializado en atraer a protozoarios acuáticos hacia una hoja modificada en forma de “Y”, en la cual entran y son forzados a moverse hacia la base por una serie de cerdas y por la corriente de agua. Una vez en la base de la “Y”, las presas no tienen escapatoria, mueren y son digeridas.

Como hemos visto, existe una gran variedad tanto en la forma como en los mecanismos de “alimentación” de estas plantas. No sorprende entonces que muchas de ellas sean también apreciadas como plantas ornamentales. Sin embargo, debido a sus particulares condiciones fisiológicas, demandan de ciertas atenciones especiales. Por ejemplo, la mayoría requiere agua destilada o de lluvia, ligeramente ácida (pH de 6,5), porque son incapaces de metabolizar bien los nutrientes presentes en el agua corriente (especialmente el calcio). Además, las especies que se encuentran en zonas de alta humedad, son muy sensibles a la desecación. Salvo algunas especies de los géneros Nepenthes y Pinguicula, la mayoría requieren de abundante luz. Por último, aquellas que se cultivan en exteriores pueden atrapar suficientes insectos para sobrevivir, pero las que están en interiores requieren de un suministro adicional de presas para asegurar su supervivencia. Es importante recordar, sin embargo, que no se les puede dar cualquier cosa, como quesos o carnes, que se pudren, matando a la planta…

Cuando David Attenborough propuso su serie documental sobre las plantas, Keith Scholey, el director de la Unidad de Historia Natural de la BBC, le comentó que no era apropiado dedicarles mucho tiempo, pues, como no se mueven, resultan aburridas. Algunas plantas son, por su puesto, extraordinarias, y de inmediato nos llaman la atención, como por ejemplo el famoso “General Sherman”, el mayor de entre las enormes secoyas que crecen en los bosques boreales, y de hecho, el ser vivo más grande que se conoce, con un peso equivalente al de diez ballenas azules. Sin embargo, la mayoría, tendemos a considerar a las plantas, no como organismos individuales, sino como los elementos de un “bosque”, que a su vez es simplemente un sitio de paseo, una fuente de madera, o una máquina para secuestrar carbono de la atmósfera y darnos oxígeno.

Siendo un zoólogo, confieso que nunca les hago mucho caso, a menos que tengan relación directa con algún animalito que me interese. Pero ahí tenemos a las plantas carnívoras, con sus trampas y sus movimientos rápidos, recordándonos que los bosques están formados por muchas especies, cada una con sus propias estrategias de crecimiento, reproducción y supervivencia, en otras palabras, sus propias soluciones al tenaz problema de seguir con vida. Podría ser que nosotros también caigamos –quizá metafóricamente– en sus trampas y comencemos a mirar a las plantas con algo de la atención que realmente se merecen


*Diego Lombeida es zoólogo; estudia la evolución de los vertebrados; es profesor de la PUCE, además de escritor e ilustrador. akira_ec@yahoo.com

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