N° 66 - julio agosto 2010
 
 
 
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Apostar al petróleo
.¿beneficio
o
pérdida?

Mientras escribo estas líneas se cumplen cincuenta días del hundimiento de la plataforma Deepwater en el golfo de México, considerado “el peor desastre ecológico en

la historia de Estados Unidos”. Pese a ser un caso excepcional, sus causas, resultados y derivaciones pueden darnos lecciones útiles a los países que, por continuar en una “larga noche de decisiones coyunturales”, hemos llegado a un preocupante nivel de dependencia en nuestras materias primas, especialmente el petróleo.

El pasado 20 de abril, una serie de errores humanos y mecánicos culminaron en una explosión que mató a once personas, hirió gravemente a diecisiete más, y se estima que hasta el momento ha derramado 100 millones de litros de petróleo. Son ya muchos los análisis y recuentos de los terribles acontecimientos de ese día. Una cosa quedó clara: fallaron los controles, falló la tecnología y falló la cadena de mando. Aunque parezca que esto ya no puede ser más terrible, el escenario se vuelve aún más estremecedor si analizamos la serie de decisiones que provocaron el desastre.

¿Cómo pudieron fallar los mecanismos de control y las regulaciones de un país cuyas instituciones se consideran sólidas? Pues bien, una de las tristes realidades de la regulación actual, no solo en el caso de la industria petrolera, sino también en el sector financiero e incluso de transporte, es que los funcionarios encargados de inspeccionar y certificar, generalmente carecen de la experiencia y conocimientos sobre los complejos sistemas de ingeniería y administración. De ahí la idea, recogida en nuestras propias leyes, de que las empresas están mejor capacitadas para identificar y evaluar sus impactos. El problema con esta “verdad incómoda”, como la llamara la revista Newsweek, es que la colaboración puede fácilmente tornarse en complacencia y eventual corrupción. Este caso ha sacado a la luz toda una red de tráfico de favores.

Luego está la pésima respuesta ante el desastre. ¿Quién tuvo la culpa? A partir del incidente, el público ha sido testigo de una mutua incriminación entre los ejecutivos de BP, Transocean (la empresa que operaba la plataforma) y Halliburton, encargada de tapar el pozo. Por otro lado, el Servicio de Gestión de Minerales de los Estados Unidos aparentemente no se tomó la molestia de leer el plan de contingencias de BP, que mencionaba “protección a morsas, focas y leones marinos”, es decir, animales que no están presentes en la zona, lo que muestra que los ejecutivos de BP aparentemente copiaron otro plan. (Me viene a la memoria un estudio de impacto ambiental de la primera petrolera que entró a operar en el Yasuní, en que se “inventariaron” cóndores y osos de anteojos).

¿Y qué hay de los varios millones de afectados por la destrucción de pesquerías, ecosistemas y playas? Aquí nos encontramos con nuevas contradicciones: en Louisiana, muchos habitantes trabajan para la industria petrolera, ya sea directamente o prestando servicios. De hecho, uno de los motivos para levantar la moratoria a la explotación petrolera marina era precisamente la creación de empleos. En la realidad esa decisión destruyó miles de plazas de trabajo y los recursos de los que dependían. En cuanto a BP, sus acciones cayeron, pero continúa siendo una empresa muy sólida, sus ejecutivos siguen en sus puestos y pese a las cada vez más duras declaraciones del presidente Obama, resultará muy difícil lograr condenas o desembolsos apropiados de las empresas responsables.

Esta historia nos muestra cómo la regulación puede fallar y la mejor tecnología no pudo evitar un desastre. ¿Qué nos dice la destrucción de estos ecosistemas y sus recursos sobre nuestra apuesta por la minería y la extracción de petróleo en lugares frágiles, únicos y megadiversos? El alcance del impacto sobre los ecosistemas marinos y costeros tomará años solamente para ser cuantificado, en muchos casos será irreparable y no habrá dinero suficiente para volver las cosas al estado que tenían antes del 20 de abril.

Nuestro país indudablemente es dependiente de sus exportaciones petroleras, pero esta bonanza nunca ha traído bienestar a la mayoría de los ecuatorianos y más bien nos ha expuesto a los vaivenes del mercado internacional. Ahora podríamos haber comenzado un cambio en nuestra matriz energética y productiva; en lugar de eso parece que estamos iniciando una nueva dependencia, esta vez de la minería. Pareciera que para nosotros los ecuatorianos, el desastre socioambiental iniciado por Texaco en la Amazonia norte nunca ocurrió, así como tampoco las más recientes matanzas entre huaorani, y entre estos y colonos y empleados petroleros. Ahora mismo, hay reportes de violencia y ataques contra activistas, como Esther Landetta, por los impactos mineros. A veces siento que no queremos ver más allá de la protección puntual del ITT o de las Galápagos. Frente a esta aparente incapacidad para aprender de nuestra experiencia y de la de otros, seguramente veremos la historia del golfo de México repetirse en nuestra casa. (Diego Lombeida)