La tortuga sale del agua, alerta a cualquier peligro; una luz o ruido es suficiente para que ella regrese al mar. Una vez que alcanza la arena “seca”, donde las olas no suelen llegar, hace una “cama” para su cuerpo con sus aletas frontales y traseras. Ya acomodada, sus aletas traseras cavan una profunda cámara para los huevos. No importa si el lugar escogido está atravesado por duras raíces o si en lugar de arena hay tierra dura y compacta. Sin que nadie se lo haya enseñado y sin experiencia previa, la tortuga –o más bien sus genes– conoce el lugar apropiado para el nido, la profundidad necesaria y cómo camuflarlo al final.
Aparte de estos espectaculares y raros encuentros, ¿qué nos lleva a dedicar nuestras noches al estudio de este aparentemente parco reptil? Hay otros aspectos asombrosos sobre las historia natural de las tortugas que pudieran explicar este “amor”. Para mencionar uno, no el menos admirable, estamos hablando de un animal cuya forma básica ya estaba delineada hace 200 millones de años. Algunas de las características que han hecho de este “modelo” evolutivo tan exitoso también contribuyen a nuestra fascinación. Un caso: una tortuga puede migrar más de 20 mil kilómetros en dos años (el equivalente de bajar y subir casi cuatro veces el río Amazonas); y otro: es uno de los animales pulmonados con el buceo más profundo y prolongado. ¡La laúd puede sumergirse a más de mil metros, mientras que en otras especies se han registrado buceos voluntarios de hasta cinco horas!
Desde una óptica más utilitaria, el mayor valor de las tortugas quizá provenga de las funciones que desempeñan en el ecosistema marino. Las tortugas carey, por ejemplo, se alimentan principalmente de esponjas, controlando así su población que de otra manera competiría con el coral hasta agobiarlo. Las tortugas laúd (Dermochelys coriacea) (los reptiles más pesados del mundo y que también anidan ocasionalmente en nuestras playas) se alimentan de medusas, y cuando sus poblaciones mermaron en los océanos, las medusas proliferaron en las playas de Europa produciendo molestia y dolor a los bañistas.
Aun quienes no conocen la importancia ecológica de las tortugas se ven atraídos por estos carismáticos animales. El misticismo que las rodea, su gran tamaño, unido a su docilidad y gracia en el agua, cautivan a miles de turistas dispuestos a pagar altos precios por verlas anidar o pasar unos minutos nadando con ellas.
Todas estas razones hacen de las tortugas embajadores de la conservación de los mares del mundo. Para muchos investigadores, conservacionistas, pescadores y legos, estos animales representan la esperanza de que los humanos podamos mantener los océanos vivos, y no solamente verlos como inagotable fuente de recursos y sumidero de desperdicios. Si probamos que podemos proteger y salvar a estas especies, entonces talvez exista una oportunidad para el futuro del mar.
El caso carey
Los resultados de los monitoreos confirmaron que el parque nacional Machalilla es una zona crítica para la conservación de las tortugas marinas en el Pacífico; no solo por sus playas, sino también por su área marina. Es que para continuar con la historia, los expertos internacionales sí vinieron al Ecuador. Con su ayuda, y con el aporte financiero de Conservación Internacional, NFWF y Ecofondo, cinco carey fueron marcadas con transmisores satelitales después de anidar. Esta tecnología empezó a mostrar más sobre la ruta de estos animales, que hasta ahora era un misterio: hacia dónde nadaban, qué lugares preferían y la posibilidad de que las tortugas que anidan en Manabí luego migren al sur para alimentarse en los manglares cercanos a Machala (ver mapa).
Luis Mera, un buzo local, compartió valiosa información con nosotros. –Siempre veo carey en los sitios donde pesco buceando –nos dijo. Con su ayuda, iniciamos monitoreos en el agua. Así, en noviembre de 2009 Luis respiró profundo, se sumergió a diez metros y con gran destreza atrapó la primera carey juvenil marcada en el Ecuador. Esta noticia cambió nuevamente el esquema de nuestra investigación, ya que en el programa de captura y marcaje habíamos atrapado y liberado cerca de doscientas tortugas negras (Chelonia mydas), pero nunca una carey. A esta pequeña tortuga le siguieron dieciocho más, en la zona denominada La Poza, frente a Puerto López, lo que la ha confirmado como la única área de agregación de tortugas carey registrada en el país y de las pocas en el Pacífico oriental.
Este hallazgo nos llenó de emoción, pero nuestro jolgorio no era compartido por todos. Calero, un veterano pescador de Puerto López, sale todas las mañanas en un pequeño bote de madera para recoger su red en La Poza. Para él, las carey son un problema. –Muchas madrugadas encuentro la red rota porque las tortugas se roban los peces –exclamó. No es de extrañar que en alguna ocasión que una carey se enredó en su red, su caparazón haya pasado a adornar la sala de su casa.
Viendo esta concha de escamas superpuestas lucir su lustrosa elegancia en la pared de su casa es fácil entender por qué su venta ilegal es aún un negocio lucrativo. Solo Japón importaba cerca de treinta toneladas de caparazones por año, provenientes de unas 30 mil tortugas, antes del cierre del comercio internacional en 1981. Este dato por sí solo puede explicar que hasta hace pocos años se haya considerado que la carey estaba casi extinta en la región. De ahí la importancia que el Ecuador, y el parque nacional Machalilla en particular, tienen en la conservación de esta especie. Además de ser la única zona de anidación conocida entre El Salvador y Perú, ahora sabemos que es un sitio de agregación, donde juveniles y adultos descansan, se alimentan y encuentran pareja.
Esta es una razón más para que al fin nos preocupemos por el acelerado y caótico desarrollo costero que se viene dando en nuestro país. Una errada concepción del progreso establece que para “adecentar” pueblos y ciudades hay que tener un malecón encementado y profusamente iluminado. Desde incipientes balnearios hasta las caletas pesqueras se proponen con empeño su consecución. Esto se complica con la voracidad inmobiliaria y el desarrollo turístico insostenible que colonizan sin control cada vez más playas. Si la destrucción irresponsable del principal recurso turístico de la costa y la privación del encanto de la noche junto al mar no es suficiente, el futuro de las tortugas provee un argumento más para reglamentar la construcción costera y su iluminación. Las luces de hoteles, casas y alumbrado público asustan a las tortugas que se disponen a salir a la playa a anidar. Aún más grave, las tortuguitas, cuando salen del nido, se guían hacia el mar por su mayor luminosidad. Cuando existen luces artificiales, pierden su camino y son sorprendidas por la madrugada, siendo presa segura de las gaviotas o mueren achicharradas por el sol. Machalilla es una zona privilegiada de anidación, no solamente por sus características propias, sino porque ya no hemos dejado muchas más playas limpias, sin luces o cemento en el país.
El desarrollo costero es solo uno de los problemas que amenazan con cortar –en unas pocas décadas– una saga que ya tiene 200 millones de años. Si bien la situación es diferente que hace cuatro décadas, cuando nuestro país exportaba cerca de 85 mil tortugas golfinas (Lepidochelys olivacea) anualmente, la pesca incidental, la destrucción de fondos marinos, el tráfico de embarcaciones y la contaminación aún mantienen la duda sobre el futuro de estos reptiles.
Ante esta sombría lista de problemas, se yerguen los ojos fascinados de quien atestigua la ansiosa carrera de una tortuguita entre el nido y el mar, o el niño que llega sin aliento a la puerta de tu casa para contarte que una negra ha llegado con la marea, o el interés del pescador por aprender cómo liberar a la tortuga que mañana saldrá enganchada en sus anzuelos