N° 127 - septiembre octubre 2022
 
 

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Réplicas de sillas manteñas en el museo de sitio. Foto: Andrés Molestina

La ciudad perdida de
HOJAS JABONCILLO


por
Bernarda Carranza

 

Cuando Juan Jijón, arqueólogo y exdirector de Cerro Hojas-Jaboncillo, llegó por primera vez al sitio arqueológico en el 2012, no sabía que estaba parado sobre la tierra de los manteños, una cultura prehispánica que habitó la provincia de Manabí desde los años 700-1530 d.C. Jijón llegaba como pasante para pasar un mes en el lugar: “Tenía tan solo 21 años; a los 21 años no tienes idea de lo que estás estudiando (…) No tenía una noción de dónde estaba, cuál era la historia del lugar…”, explica. 

El arqueólogo ecuatoriano realizó sus estudios universitarios y de posgrado en Francia pero le llamaba la atención la arqueología tropical y el trabajo físico de su profesión: abrir trochas, usar machete, rodearse de lo agreste, lo rural. Bastante diferente a su origen urbano, pasó de vivir en apartamentos de Quito y Europa a acoplarse a la vida de Picoazá, la parroquia a las faldas del Cerro. Pronto, la arqueología tomó un nuevo significado para él y aprendió de convivir con la comunidad: “El Cerro fue mi segunda universidad porque tuve que reaprender la historia del Ecuador prehispánico”.

Para ese entonces, el sitio ya era conocido tanto a nivel nacional como internacional. La historia del Cerro y su reconocimiento nos remonta a 1906 cuando el arqueólogo estadounidense Marshall Saville viaja hacia Ecuador y Perú para realizar excavaciones. A principios del siglo XX, las culturas indígenas de las que se conocían en las Américas eran los Incas y los Aztecas. Saville llegó a Ecuador esperando encontrar ruinas incas, pero tras sus excavaciones en la costa ecuatoriana informó de otra civilización, una de la cual no se conocía nada (previamente, sin embargo, Villavicencio y González Suárez ya habían reconocido al Cerro como un sitio arqueológico importante).

En septiembre de 1907, Saville publicó un artículo en el New York Times titulado "An unknown race found in the tropics" (“Se encuentra una raza desconocida en los trópicos”).

El asombro del arqueólogo estadounidense lo comparten hasta el día de hoy quienes también conocen la complejidad del sitio: “[El Cerro] es una ciudad de montaña, no es una ciudad con calles y barrios, no. Es más allá que esto. Es todo un sistema de terrazas, de canales de agua, de complejos de estructura en la cima", dice Jijón.

La cultura manteña y la inmensidad del territorio que dominó esta civilización están marcados por varios hitos arqueológicos e históricos importantes, pero quizás los dos descubrimientos más grandes se han dado con más de un siglo de diferencia: el primero siendo las excavaciones de Saville entre 1906-1910 y el segundo entre 2019-2020 cuando Jijón junto con el topógrafo Juan García determinaron que la ciudad no abarcaba las 3500 hectáreas que se conocía de las primeras excavaciones (cuya área está actualmente protegida) sino que, en realidad, se trata de ¡siete mil hectáreas y más de 220 áreas arqueológicas!

Dibujos técnicos de Ernesto Pin, guía comunitario de Picoazá, de torteros manteños utilizados para hilar. Foto: Andrés Molestina

 

¿Quienes fueron los Manteños?

Si bien la cultura Manteña se extendió desde el norte de Manabí (Manteña-Huancavilca) hasta el sur de Guayas (Manteña-Punaes), Cerro Hojas-Jaboncillo, un complejo arqueológico compuesto de varios cerros, llegó a ser un hito simbólico-espiritual para una gente que se repartía en varios oficios definidos: eran pescadores, ingenieros, agricultores, artesanos y artistas.

Quizás el artefacto más conocido de la cultura manteña son las sillas (sillares) “U”, asientos de piedra con brazos que portan una figura antropomorfa en la base. Esta figura luce agachada, como sosteniendo al asiento en su lecho. El propósito que servían estas sillas aún no se conoce con certeza; hay distintas interpretaciones.

Andrés Gutiérrez Usillos, conservador del Museo de América, en España, opina que los brazos de piedra de las sillas “U” es una de las razones por las cuales se podría deducir que no servían para sentarse. No hay registros de que cátedras o asientos con brazos hayan existido en América prehispánica. Además, la altura de las sillas (de 35 a 50 centímetros) es el doble de la altura de los asientos que se conocen de dicha cultura. Incluso la diferencia de altura podría considerarse una falta de respeto para que un señor de alta estima se siente. “Sentarse a esta altura con las piernas colgando probablemente no sería lo más apropiado para mostrar majestad”, explica Gutiérrez en sus interpretaciones. 

Adicionalmente, no hay huellas claras de su uso como asiento. “Evidentemente si se están sentando las sillas deberían tener abrasión en la zona de contacto y muchas de las sillas no las tienen”, indica Jijón. Adicionalmente, las sillas “U” si bien conservan una forma similar, no son estandarizadas; cada silla es única en tamaño y diseño, algo que incluso Saville ya lo había anotado en su artículo para el New York Times en 1907.

Las sillas son solo uno de los varios vestigios arqueológicos que se han encontrado en el Cerro Hojas-Jaboncillo. En la cima de estos cerros se han localizado estelas de piedra, monolitos de jaguares y figuras femeninas talladas, cerámicas de color negro que denotan la cosmovisión de la cultura. Estos artefactos se conocen como objetos de poder, que dan a conocer que el Cerro tenía un significado mucho más grande e importante para la cultura Manteña que va más allá de lugares para actividades agrícolas. 

Sin duda, el Cerro también tenía una indiscutible importancia en la producción agrícola. Los Manteños cosechaban diferentes tipos de maíz, maní, zapallos, tomates, ajíes, cacao, yuca, camotes, y frutos variados. El complejo arqueológico está lleno de un sistema de terrazas que se encuentra a lo alto de los cerros y van cambiando en anchura. A diferencia de las terrazas incas que se creaban en un punto de las montañas, “los Manteños lo hicieron al revés. Ellos se adaptan a cómo está la montaña y cada milímetro que pudieran, lo fueron convirtiendo en un espacio para sembrar o vivir”, dice Jijón.

Pese a que el sitio está dentro de un bosque seco, las montañas son captadoras naturales de agua. Las cimas de estos cerros manejan un clima húmedo que alberga una gran variedad de flora y fauna. A más de 400 metros de altura, se condensa la neblina y se capta la bruma de manera natural. Además los Manteños confeccionaron un sistema de riego para conducir esta agua a su sistema de terrazas, reservándola así durante meses incluso en épocas de verano.

Fueron pescadores y buceadores. El nivel de pesca de la cultura se evidencia de mejor manera a más de 60 kilómetros al oeste de Picoazá, en la parroquia de San Lorenzo en la playa de Ligüiqui. Este lugar, que actualmente sigue siendo un pueblo de pescadores, es también un complejo arqueológico de 1.500 hectáreas donde se pueden ver alrededor de 10 kilómetros de corrales marinos. Estos corrales eran muros de piedra que estaban ubicados intercaladamente en el litoral y tenían forma de media luna. Al subir la marea, pulpos, peces, crustáceos y moluscos se quedaban atrapados y los pescadores los recogían.

El comercio de la concha Spondylus fue también uno de los más importantes. Este molusco se encuentra en las profundidades del océano, por lo cual, denota que los manteños sabían bucear. “De los 10 que buceaban cuatro o cinco no volvían. Se amarraban un peso, que era como un bate de béisbol a la pierna y con eso se bajaban teniendo en mano un instrumento de percusión hasta llegar al punto desamarrarse, pegar a la concha, coger la concha y volver. Todo eso en menos de cuatro minutos”, nos cuenta Jijón. La concha Spondylus era la razón principal de la riqueza de la cultura manteña. Se comerciaba esta concha sobre todo al Tahuantinsuyo en Perú.

Pilar de piedra grabado. Los nueve círculos podrían representar las nueve lunas del ciclo de gestación de la mujer. Foto: Andrés Molestina
Imagen LiDAR que muestra 7.000 ha de terrazas naturales. Foto: Cortesía Juan Jijón y Juan García


El LiDAR y las siete mil hectáreas

En 2018, Jijón y el topógrafo Juan García empezaron una serie de estudios usando tecnología LiDAR —sistema de detección láser— que traerían los descubrimientos más importante de los últimos años en relación a la cultura manteña ecuatoriana.

El sistema LiDAR es una especie de cámara que proyecta rayos láser sobre una superficie y la escanea. La imagen que se logra, una especie de rayos X en blanco y negro, permite leer la topografía de un lugar a detalle. Jijón y García lo utilizaron para escanear un área del Cerro y descubrieron algo mucho más grande.

“El topógrafo me llama a decir: ‘Juan ven a ver esto’. Y me muestra una imagen de una pendiente aterrazada enorme… como el Machu Picchu”, cuenta Jijón. A simple vista, esa área ahora está cubierta de bosque, pero usando LiDAR ambos científicos se dieron cuenta que debajo de toda esa frondosa vegetación había un sistema enorme de terrazas. “Y esa es solo una de las áreas. Son 220. Nos dimos cuenta que lo que vemos aquí está en todas partes. Es un monstruo; como las branquias de un pulmón gigante”. 

Actualmente continúan los esfuerzos por ampliar el polígono de protección para que se resguarden las siete mil hectáreas enteras. No obstante, lo que este último descubrimiento ya demostró es la complejidad de la cultura Manteña y el nivel de detalle de captación y conservación de agua que tenían. 

Jijón afirma: “Aquí hubo una civilización altamente compleja, altamente simbiótica que entendió y optimizó el manejo de los recursos (…) Aquí se tallaron las sillas, aquí se hicieron las estelas, aquí hubo templos. Es decir, nació una cosmovisión del mundo para estos pueblos. Tiene toda esta sacralidad de ser la montaña del agua, la montaña de la vida.”

Se cree, incluso, que toda la montaña tenía la relevancia de una geografía antropomorfa. Un Dios Lagarto que regía la espiritualidad de esta fascinante civilización; el Dios Lagarto que debe ser protegido y valorado como la joya ancestral que es.


Horarios de atención

8h30 – 17h

Cómo llegar

El Parque Arqueológico Cerro Hojas-Jaboncillo está ubicado en la Ciudadela Las Amazonas, parroquia de Picoazá, a 15 minutos (7,5 km) del centro de Portoviejo.

Transporte público ofrece acceso al Parque con la Cooperativa Picoazá.

 



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