Carta del editor
El cóndor se encarama a presidir nuestro escudo en 1843. Mas ya era central en el escudo de la Gran Colombia de 1820, en el que su pose y ubicación no dejan dudas de dónde vino la idea: fue modelado en el águila calva del escudo de Estados Unidos. No es extraño. Nuestras repúblicas tomaron como referente a la que resultó de la revolución norteamericana. ¿Cuáles serían los argumentos de nuestros próceres para encumbrar al cóndor? Sin duda es un ave magnífica. Sin embargo, si se quería evocar lo que el águila simboliza en la heráldica —fiereza, coraje, implacabilidad— talvez se equivocaron de animal. Al contrario del águila, una rapaz de mortales garras, el cóndor es carroñero, un oportunista que medra en la muerte, como las hienas o los cuervos.
Parece difícil que aquellos prohombres no conocieran bien al cóndor. Entonces era abundante, y tanto generales como hacendados tenían relación cercana con la naturaleza. Más bien es probable que hayan bebido de la cultura indígena. A más de la innegable prestancia del cóndor, posado o, mucho más, en vuelo, su sacralidad en el mundo andino deriva justo de su comercio con la muerte. Es el mediador entre el cuerpo ya apenas palpitante y las alturas divinas, el que impide que seamos pasto de los gusanos. De ahí que sea tema preferido para cuentos y leyendas, dos destacados ejemplos de los cuales presentamos en esta edición: “El cóndor ciego”, de César Dávila Andrade, y “El cóndor enamorado”, tradición kichwa en versión de Alfonso Toaquiza.
Mas esta condición emblemática y sagrada no ha impedido que lo tengamos a punto de desaparecer. En las páginas que siguen conoceremos sobre los esfuerzos de algunas instituciones para mantener viable la escasa población de cóndores silvestres, al tiempo que intentan construir una población de reserva mediante la propagación en cautiverio.
Otros camaradas de los cóndores son los andinistas. Martín Jaramillo nos habla en su artículo sobre los primeros andinistas ecuatorianos, que además fueron hábiles y dedicados fotógrafos: los hermanos ambateños Nicolás y Augusto Martínez. Publicamos aquí algunas de sus poco conocidas imágenes, seguros de que deleitarán a nuestros lectores tanto como a nosotros.