N° 18 - julio de 2002
 
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Pancho Cordovez

El sabor del choclo

Se dice que, en cierta ocasión, ofrecieron un almuerzo a un importante personaje de los Estados Unidos, en un hotel de Quito. La comida se abrió con una humita. El refinado cocinero, para lucirse, utilizó doble envoltura, por supuesto que se retiró la más gruesa y que a la mesa fue la más delgada. El invitado de honor comió la humita con su envoltura y no hubo quien interrumpiera la ingestión. Sin embargo, él ponderó la calidad del manjar y todos, disimuladamente, comieron la humita desenvolviéndola. Estos equívocos pueden ocurrir en cualquier parte, sea por la inocencia del comensal o por los caprichos que depara la gastronomía.

Los españoles dijeron que este manjar era el pan de los nativos. Se tradujo al quichua y resultó choclotanda. En el sur de Colombia se dice envuelto. Solo en Chile se ha conservado la forma tradicional de la humita: la masa se envuelve con las hojas y este atado se amarra con una tira del mismo material. Se cocina en agua. En el Ecuador las cosas son diferentes. No solo por la composición de la masa, sino porque se las coce al vapor.

La familia entera participa en la elaboración de humitas. Se inicia con la voluntad de la madre. Ella escoge el choclo y para probar su estado hunde la uña en el grano, éste debe ser el de cao, palabra de la lengua quillasinga que significa ni muy tierno ni muy maduro. Una vez en la cocina los choclos pasan al dominio de la abuela, ella corta la panoja o cutul; debe hacerlo con precisión, de modo que se desprendan como túnicas. Delicadamente se las deposita en una batea. Entonces las blancas mazorcas pasan a las manos de los hijos, quienes, con poco entusiasmo las van desgranando. El padre muele el grano. La madre y la empleada disponen el aliño y mezclan. Las finas manos de las hijas acomodan porciones de masa en las hojas. Envolver bien y acomodar las humitas sobre la cama de paja arreglada en la paila es un asunto de paciencia. Encima van los manteles y la tapa. El vapor transforma las masas en ángeles.

Tratado interminable es acertar con la fórmula correcta y con sus variantes. Tomados al paso se desglosarán algunos puntos: 1. En algunas casas ciernen la masa. Se critica esta costumbre porque elimina la fibra, asunto que no conviene al funcionamiento del estómago. 2. En otras casas hacen un refrito con queso, cebolla blanca picada, sal y achiote. Introducen este refrito en la mitad de la masa. Se critica esta modalidad, quizá la tradicional, con el cuento de que es moda de chagras. 3. Gente melindrosa asegura que la masa debe componerse con yemas, manteca de cerdo, mantequilla disuelta, queso rallado y claras de huevo a punto de nieve. En este caso añaden a la masa cebolla blanca picada y sal. 4. La costumbre de añadir a la masa polvo de hornear es duramente censurada, puesto que esas humitas son para negocio y no para deleite de la casa. 5. Hay gente que prefiere las humitas doradas en la sartén y al siguiente día. Esta costumbre puede parecer un capricho, pero nunca un despropósito.

Por lo visto el tema es largo. Resta el capítulo de las humitas de dulce y el del café que las acompaña. Otro comentario merecen las humitas que se se ofrecen en los santos de los priostes, las de febrero en Imbabura, las que solo se encuentran en domingo y las que ya vienen en fundas de polietileno. En fin, las humitas hacen compadres y reúnen a la familia, siempre y cuando se coman sin la envoltura.


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