El
carácter sinuoso de los habitantes
muy jóvenes de Costa, Sierra y Oriente
se manifiesta en los modos de ejercitar el
gusto. Insignificantes pueden parecer algunas
ofertas de alimentos, sea por los lugares
escogidos, sea por las horas, sea por la utilería,
y sea también por lo principal, es
decir, por quienes expenden y quienes consumen.
Tajaditas de mango verde, rebanadas de limón
y ciruelas verdes, empaquetadas en minúsculas
fundas de polietileno, ocupan una bandeja
de hierro enlozado de color blanco. Junto
a las porciones, en otra funda se encuentra
la sal refinada. De modo que el usuario pueda,
con las yemas de los dedos, aderezar con sal
los agrios bocados. Expuesta la mercancía
en la bandeja que reposa sobre un endeble
caballete de madera, espera el consumo. Los
lugares seleccionados son, de preferencia,
los que se abren junto a las jambas de las
puertas de escuelas y colegios. También
se sitúan en las aceras, a cierta distancia
de las puertas principales de las instalaciones
universitarias. No es raro encontrar estas
ventas delante de coliseos y centros deportivos.
Las
horas oportunas son las del medio día,
aquellas que marcan el término de las
clases de la mañana o las que preceden
a la jornada de la tarde. Nunca son adecuadas
las horas tempranas ni las del ocaso. Las
edades de los clientes varían entre
los diez y los diecisiete años. Hombres
y mujeres en edades muy difíciles saborean
esta combinación de agrio y salado,
relación muy difícil de describir
con palabras. La comparación más
próxima de esta degustación
puede ser la respuesta del gato que enfrenta
a un perro, es decir, ese sibilante sonido
que sale de la garganta y se filtra entre
los dientes. Se supone que la condición
sicológica de los jóvenes es
similar a la de encuentro de lo agrio y lo
salado, menos mal que esa condición
es pasajera.
Los expendedores son personas muy jóvenes.
Son mujeres que decidieron salir de las comunidades
indias por razones diversas, entre ellas,
la de ser madres solteras. Estas personas
presentan su trenza sujeta con faja de hilo,
brillantes collares de metal dorado y, en
general, su indumentaria muy limpia. De igual
modo mantienen a su crío, a quien vigilan
con amor. De los años de agrio y sal
los habitantes conservan ese gusto, ese capricho,
ese como temblor de los músculos y
como rasqueteo del alma. Quienes han pasado
por esta prueba bien pueden tolerar cuanta
incoherencia depara la fortuna, y las insólitas
maromas que hacen los políticos.
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