Elevados
se usa en lugar de despistados o distraídos,
y nada tiene que ver la expresión con
la montaña, y si tiene alguna relación
esta es la referencia a la altura, es decir,
a la cantidad de distracción. Pero
quien llegue en julio a las tierras que preside
el Chimborazo encontrará iluminadas
las cimas de otros montes y el fresco contraste
de las sombras de los eucaliptos aromáticos.
A Penipe iba la gente para proveerse de manzanas
y tortillas. Los cajones de la fruta bajaban
de Bayushing y las bonitísimas se asaban
en piedra laja. Harina de maíz calentado,
agua, manteca y una pizca de sal era la masa.
Rellenaban las pequeñas tortas con
quesillo y luego las colocaban, en orden,
sobre la piedra caliente. Se las untaba con
manteca de cerdo y se las viraba hasta dejarlas
con las caras crocantes. Platillos iban y
venían en las esquinas, porque en Penipe
se instalaban los fogones en las aceras y
los comensales se sentaban en largas bancas
bajo las sombras de los aleros. En otro tiempo
debió ofrecerse chicha de morocho,
pero a consecuencia del progreso, entró
la costumbre de las colas de colores y sobre
todo de la ambigua Coca-Cola. No puede olvidarse
el ají, y al fondo el paisaje del volcán
Tungurahua. En los últimos cinco años
las cosas pudieron variar, puesto que la ceniza
del empinado coloso cubre todo, hasta las
alas de los pájaros desprevenidos.
Bajar de Penipe, cruzar el río Chambo
y seguir la vera del río Guano, pasar
por Los Helenes y llegar a la matriz de Guano
es una ruta desacostumbrada; sin embargo se
la puede hacer. Hacia el oriente siempre la
vista se encontrará con el temido Tungurahua
y en días despejados se observará
el Altar o Cápac Urco, rival del Chimborazo,
en la mitología de los antiguos habitantes
de esta región. Las tierras de Guano
son arenosas y un poco secas, el pueblo mismo
se levanta junto a colinas rocosas, de un
lado y de otro, pero la transparencia del
aire permite memorizar las sobrias fachadas
de un par de iglesias. Los intensos colores
de las alfombras de nudos que se tejen en
Guano, desde el siglo XVIII, contrastan con
el color pardo de las estribaciones vecinas.
Hasta ahora los visitantes buscan las cholas,
panes famosos por su color, textura y sabor.
Dígase que su nombre proviene de una
metáfora y para entender mejor se debe
pensar en la mujer andina de piel bronceada,
más redonda que larga, y muy dulce
por dentro, en el alma, que es lo importante.
Así fueron los panes. Pueden seguir
siendo si se los amasa con huevos de gallo
y gallina, manteca de cerdo y se los asa en
horno calentado con leña de eucalipto.
No es pedir lo imposible.
Es posible, a pesar de los turbulentos cambios,
valorar las buenas prácticas. Si todavía
el sol sale todos los días e ilumina
la naturaleza y las obras de la gente, ¿por
qué no convertir la vejez en juventud?
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