N° 52 Marzo - abril de 2008
 
 
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Esteban Garcés

Frutas

Hará cincuenta años cuando los domingos la gente iba de paseo a Ficoa. Unas casas de bahareque, ventanas clausuradas y techos de tejas presidían los huertos de mediana extensión colmados con árboles y limitados con cercos de rosas. Peros y árboles de reina claudia sobresalían, aunque el capulí, el membrillo y el albaricoque se robaban la vista de los visitantes. Era costumbre vender toda la producción de cada uno de los árboles, es decir, de lo que se podía recoger con el esfuerzo de los jóvenes que se encaramaban en las ramas. Siempre sobraban las frutas, sea porque colgaban de airosos extremos o porque lo recogido era suficiente y el canasto podía resultar muy pesado para una tarde de domingo.

La gente regateaba el costo de la oferta, aunque los dueños de los árboles eran implacables. Algunos de ellos ponían los precios según el ánimo con el que habían amanecido y otros, con más paciencia, oían la propuesta del comprador y no cedían. Estos últimos, suspendían sus ocupaciones y argumentaban que solo vendían las frutas para que no las aprovecharan los pájaros. En verdad, los propietarios pensaban que en el marcado el precio de la fruta no compensaba el trabajo de recogerla, encajonarla y transportarla, situación que resultaba de la excesiva producción.

Años después las cosas fueron diferentes. ¿Aumentó la población? ¿La demanda del mercado del sur de Colombia fue muy alta? ¿Subió el costo de la vida debido a la necesidad de comprar refrigeradoras, licuadoras, cuchillos eléctricos, automóviles, etc.? Ficoa se transformó en un elegante barrio. La fruta se convirtió en un importante ingreso económico para las familias, por cierto, se la cultivó en huertos, en toda la provincia y también en Penipe.


Tantas y tan deliciosas frutas eran la culminación de la savia de los árboles que aprovechaban los minerales de esos suelos enriquecidos con las pavesas del volcán Tungurahua. En estos días, quien visite los mercados de Pelileo y Ambato, encontrará clasificadas en cajas peras de manteca, peras uvillas; se le irán los ojos en los canastos de capulí y de mirabeles; de vez en cuando tunas, membrillos y duraznos presentirán su futuro en ansiosas bocas. En fin, los árboles frutales nutren a los pájaros, mientras allá, en el fondo, el volcán desparrama su ceniza sin importarle el tiempo de frutas ni las necesarias fiestas de la gente.


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