Hace
pocos días volví a visitar el
Museo del Banco Central y su sala de arqueología,
ubicada en la Casa de la Cultura Ecuatoriana
Benjamín Carrión, que expone una
multitud de reliquias de exquisita belleza;
verdaderos tributos a la riqueza histórica
preincásica del Ecuador. Entre tantos
objetos me llamó la atención una
hermosa vasija de cerámica atribuida
a alfareros de la cultura La Tolita (400 a.C.-500
d.C.) avanzada civilización costeña
que pobló la zona ecológica de
El Chocó, que tenía como eje político-religioso
la Isla de La Tola, en la actual provincia de
Esmeraldas. La vasija representaba un rostro
de anciano, tan realista que cautivó
mi mirada y detuvo mi caminar. Proporciones
exactas, detalles minuciosos en las facciones,
arrugas y profundas ojeras, el todo ornado de
símbolos de sabiduría y nobleza
como lo eran las orejas perforadas en múltiples
lugares del lóbulo y pabellón.
Sin embargo, lo que más me llamó
la atención fueron las mejillas del anciano,
apenas hinchadas por dos bolitas, dos ligeras
protuberancias, como si estuviera comiendo algo.
La etiqueta adjunta me lo confirmó: “vasija
representando a un anciano mascando coca”.
Este descubrimiento me abrió el paso
para otros hallazgos similares. Pronto me di
cuenta de que me encontraba rodeado por rostros
de hombres, mujeres, ancianos y jóvenes,
mascando coca; vasijas, cántaros, esculturas
aborígenes y formas humanas con esa misma
bolita tan sintomática en la mejilla,
todo coronado de etiquetas suficientemente explícitas:
“media vasija en forma de individuo coronado
mascando coca; cántaro en forma de personaje
masculino mascando coca; máscara de coquero,
atuendo mortuorio; vaso en forma de mujer mascando
coca; figura de madre mascando coca…”
A La Tolita se sumaron otras culturas como la
impresionante cultura cerámica Panzaleo
(500 a.C.-1533 d.C.) de la Sierra norte y central
ecuatoriana que se extendió hasta ciertas
zonas de la Amazonía, como Quijos; la
cultura costeña Manteño - Huancavilca
(500-1533) que tanta importancia llegó
a tener de Manabí a Machala, pasando
por la Isla Puná; las culturas del Carchi
(750-1533), tanto la Piartal como la Capulí;
los Puruhaes (1250-1533) de los valles fríos
del centro del Callejón Andino que no
produjeron pero sí consumieron esta hoja
mágica, obteniéndola en grandes
cantidades a través de amplias redes
de comercio con vecinos provenientes de valles
más cálidos del austro ecuatoriano;
y, por supuesto, los Incas, también representados
con esas protuberancias en las mejillas y sepultados
con hojas de coca en sus tumbas, tal como nos
lo muestra esta formidable mezcla de arte y
tecnología cuzqueña y quiteña:
la cultura cerámica Panzaleo Incaica.
Sin mirar más allá de las fronteras
contemporáneas de la República,
la historia nos confronta con muchos ejemplos
de consumo de coca por parte de indígenas
de diversos orígenes étnicos;
un uso casi siempre calificado por historiadores,
arqueólogos y antropólogos, como
ritual religioso, astrológico y medicinal.
Si nos extendemos hacia las costumbres aborígenes
de otros países andinos encontramos lo
mismo: otras culturas indígenas íntimamente
ligadas a la coca, una hoja tan presente en
las estructuras económicas y de comercio
suramericanas como el maíz, la achira,
el fréjol, la yuca, conchas marinas o
tejidos y lanas de los altiplanos.
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