Septiembre de 2002
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

Por Diego Tirira
Foto Diego Tirira

Ecuador en bicicleta I
continuación (2 de 6)

Después de atravesar numerosas plantaciones de caña de azúcar, llegué al pueblo de Ambuquí, en el cálido valle del Chota.

Para salir de Quito tomé rumbo norte, en ruta hacia el monumento a la Mitad del Mundo, donde me vi seducido a participar de la acostumbrada fotografía del lugar, con un pie y una llanta de mi bicicleta en cada hemisferio. Desde aquí tuve que desviarme por un viejo camino que indicaba mi mapa, que cruza por San José de Minas y que me conduciría hasta Otavalo. Al acercarme a un taxista y consultarle por esta ruta, antes de responder me observó con asombro de pies a cabeza, luego me dijo:“Pero está muy lejos”, a lo cual respondí que no importaba, que si supiera el viaje que tenía planificado esto no era nada. Luego movió su mano derecha y con su dedo índice extendido me indicó “Siga por ahí”. Al transcurrir del día (y en los dos días siguientes) entendí a qué se refería mi improvisado informador.

Mi primer día de bicicleta me trajo hasta Perucho, donde empecé a poner en práctica uno de mis objetivos de viaje: no pagar por dormir o, mejor dicho, buscar posada. Para iniciar pensé probar suerte en la Tenencia Política del pueblo. Unos minutos más tarde estaba colocando mi saco de dormir en un pequeño cuarto de esta dependencia.

Viernes 9 de febrero. Desde esta tarde me encuentro en la provincia de Imbabura. A pesar de lo gratificante de los paisajes, en estos tres primeros días pagué alto precio por mi novatada en este tipo de aventuras, al tomar una ruta nada adecuada para cruzarla en bicicleta. Al dejar San Antonio de Pichincha, el camino se volvió tortuoso y peligroso, lo que me obligó a un lento descenso hasta el río Guayllabamba, seguido de un largo y difícil ascenso de casi 40 km. Me resultaba imposible pedalear por la pendiente, el mal estado de la vía y la abundancia de piedras sueltas, lo que me forzó a caminar buena parte del trayecto.

Ayer fue, sin duda, fue el más difícil. Apenas avancé 32 km, la mayoría de ellos por una empinada y pedregosa cuesta. Al final de la tarde, lo único que deseaba era un cómodo y abrigado lugar para pasar la noche. Pero no fue precisamente lo que conseguí.

El único sitio disponible fue un pequeño granero de unos cinco metros cuadrados que almacenaba un tipo de hierba llamada reygrass, utilizada para alimentar al ganado y que atraía a numerosas gallinas, las que fueron mis compañeras de cuarto.

En la tarde de hoy tuve un inesperado acompañante mientras recorría algunos de los caminos de piedra-bola que todavía persisten en esta provincia. Se trataba del Taita Imbabura. Ahora podía ver, y comprender, el porqué de su apelativo. Majestuoso como solo él y dominante de buena parte del paisaje imbabureño. Esta noche será gratificante. Decidí pasarla junto al lago San Pablo. La suerte me sonrió cuando encontré un antiguo hotel de lujo que había pasado a manos de la Policía Nacional con la finalidad de convertirlo en una escuela de turismo para policías. A pesar de esto, las habitaciones todavía eran funcionales, alfombradas, con baño privado, a orillas del lago y con vista panorámica al mismísimo Imbabura.

Sábado 10 de febrero. Luego de saborea las exquisitas carnes coloradas de Cotacachi y los tradicionales helados de paila de Ibarra terminé mi cuarto día de viaje en La Esperanza, famosa por los tapices y vestidos borda dos a mano. En mi búsqueda de hospedaje m dirigí a la escuela del pueblo, donde me recibió su conserje, don Segundo Hinojosa, un hombre de edad madura y estatura pequeña.

inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 19


continúa

 

portada inicio archivo subscripción inicio portada archivo subscripción