Esto me hizo recordar el nombre de uno de los
mejores discos que ha llegado a mis manos, de
música afro-ecuatoriana tocada en marimba
por el famoso Papá Roncón. Al
ver la camiseta le pregunté si sabía
tocar marimba. “Claro, pue?, me respondió.
A lo que seguí: ¿Y conoce a Papá
Roncón? “Soy yo mismito, pue”.
No podía creer lo que me estaba pasando.
De pronto el diálogo cambió. Ahora
era yo quién empezaba a preguntar con
curiosidad y Papá Roncón quien
respondía. De pronto mi nuevo amigo insinuó
que me quede a descasar esa noche en Borbón.
Yo pregunté aparentando ingenuidad, aunque
sabía la respuesta, dónde podría
pasar la noche, a lo que me respondió:
“En mi- casa mismo, pue”. Así
que no lo pensé dos veces y es en donde
me encuentro escribiendo estas líneas.
Al entrar en casa de Papá Roncón,
cuyo verdadero nombre es Guillermo Ayoví
Erazo, pude descubrir que es un verdadero maestro
y apasionado de la marimba. Mientras conversábamos
se puso a pulir y afinar su instrumento, para
luego empezar a entonar algunas de aquellas
canciones que tanto me gustan de su disco. En
la noche, la alegría fue completa cuando
me avisaron que a la mañana siguiente
saldría una canoa para Playa de Oro.
Domingo 18 de febrero. A eso
de las cinco de la mañana, mientras dormía
plácidamente, mi sueño se interrumpió
por suaves y hermosas notas musicales que emanaban
de una marimba. Era Papá Roncón,
quien tenía la costumbre de entonar su
instrumento a esas horas del día, aprovechando
el silencio y la paz de la madrugada lo que
le permitía disfrutar de su sonido detectar
posibles teclas desafinadas. Yo me levanté
y me senté junto a él, silencioso,
a disfrutar de su música y su labor.
Antes de las 9h00 me encontraba navegando por
el Santiago, un río de aguas transparentes,
con frecuentes rápidos y abundante piedra.
bola, rumbo a Playa de Oro, un pequeño
asentamiento de gente negra, próximo
a la Reserva Ecológica Cotacachi-Cayapas.
La noche di hoy la pasaré en casa de
gente local. En la cena degusté un exquisito
plato típico de la zona, el encocado
de ratón espinoso, uno entero por persona.
Domingo 25 de febrero. Me encuentro
en Coquito, una playa deshabitada cerca di Muisne.
La alegría de encontrar huellas frescas
de tortugas marinas en la arena fue grande,
más aún cuando era evidente que
habían construido nidos para depositar
sus huevos durante la noche anterior. Noche
que no fue alegre para todos; para mí
fue sin duda la peor desde que inicié
mi viaje. Fui víctima de la “manta
blanca”, un tipo de diminutos mosquitos
que se filtraron con facilidad a través
de mi toldo, e ignorando el repelente, se deleitaron
durante toda la noche con las partes descubiertas
de mi cuerpo. A la mañana siguiente sus
huellas eran evidentes: más de cien dimínutos
puntos rojizos en cada brazo y algo similar
en el rostro y cuello; afortunadamente no producían
picazón.
Miércoles 28 de febrero.
Desde la tarde di ayer me encuentro en la provincia
de Manabí tierra de gente amable y bellas
mujeres, lo que no es difícil comprobar,
pues si siguiese el dicho “para muestra
basta un botón”, sin problema pudiera
conseguir material suficiente para confeccionar
todo un vestido.
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