N° 58 - marzo abril 2009
 
 
 
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el sube y baja del Topo


por Marisol Ayala y Susana León*

(colaboración de Ma. Gracia Johnson)

Dicen que las aguas de los Llanganates están encantadas y por eso suben y bajan abruptamente, amenazando la vida de quien se aventure hacia la implacable cordillera. Pocos son los que se arriesgan a hacerlo, muchos de ellos encandilados por la idea de encontrar el tesoro de los incas.

En estas misteriosas montañas nacen las aguas del río Topo, que en 1857 dejaron atrapado por varios días a Richard Spruce, un botánico inglés que venía desde Canelos hacia Baños. En sus Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, Spruce registra su impresión del río:

Hasta donde la mirada podía seguir río arriba y río abajo hasta su desembocadura en el Pastaza, el Topo era una torrentosa masa líquida que avanzaba produciendo un estrépito al chocar contra las rocas de tal forma que el suelo temblaba incluso a cierta distancia de las orillas.

Para cruzar el Topo, los guías y porteadores que acompañaban al botánico construyeron cuatro puentes entre las rocas del río, amarrando cañas guadúas con lianas. Lo hicieron con mucha rapidez, pues tenían que pasar por ellos antes de que el río creciera nuevamente y se los llevara.

Durante su obligada espera, Spruce encontró una plantita muy singular, del grupo de las hepáticas (que junto con los musgos conforman las briofitas), que crecía a orillas del río Topo. El botánico quedó fascinado, ya que era un especialista en este grupo de plantas, y la consideró el mayor hallazgo de su viaje. La llamó Myriocolea irrorata.

Nadie más volvió a distinguir a la extraordinaria hepática después de aquel día. Desde entonces, varios botánicos visitaron la zona esperando encontrarla. Como ninguno tenía éxito, la consideraban extinta.

En 2001, el doctor Rob Gradstein de la Universidad de Gottingen, Alemania, llegó al Ecuador con la esperanza de encontrar la Myriocolea irrorata, pero necesitaba a un conocedor de la región que le pudiera guiar. Así fue como contactó a Lou Jost, un estadounidense radicado en Baños por más de trece años, dedicado
al estudio de orquídeas. Juntos siguieron el trayecto de Spruce en los alrededores del caserío de Topo sin mayor suerte. Al día siguiente continuaron la exploración, pero dieciséis kilómetros río arriba. ¡Finalmente…, allí estaba!… sobre unos arbustos que crecen a orillas del río. La descripción que había hecho Spruce era inconfundible. Gradstein estaba tremendamente emocionado.

Al mirarla se puede comprender por qué Spruce llamó a esta plantita de esta forma. Son palabras latinas muy descriptivas para los entendidos. Myriocolea significa “miles de colas”, y se refiere a que tiene muchas estructuras reproductivas alargadas, e irrorata, que significa irrigada, es un término que ilustra bien las condiciones ecológicas de esta planta, salpicada por las aguas del río y sumergida temporalmente durante las crecientes.

Irónicamente, pocos años más tarde del redescubrimiento, en 2005, el Consejo Nacional de Electricidad (CONELEC) otorgaba la licencia ambiental para la construcción y operación del proyecto
hidroeléctrico Topo, amenazando a Myriocolea irrorata.
Esta plantita que se había mantenido en el anonimato por más de 150 años cobraba fama y se convertía en un emblema para la conservación y un dolor de cabeza para la empresa Proyectos Energía Medio Ambiente (PEMAF), responsable del proyecto.

Un bargueño de diversidad

Myriocolea irrorata es una hepática que no llama la atención de los ojos comunes. Sin embargo, los musgos y hepáticos son responsables de gran parte del aspecto encantador y mágico de los bosques nublados y páramos (como del encanto de los nacimientos “ecuatorianos”, aunque difiera bastante del aspecto desértico de Judea). Las briofitas que penden del dosel de los árboles son como esponjas, y retienen entre veinte y cuarenta por ciento del agua del bosque andino. Ellos forman el sustrato para que crezcan otras plantas epifitas como bromelias, orquídeas, helechos, que en conjunto forman el hábitat para un sinnúmero de animales. En cambio, en los páramos cubren el suelo formando tapetes verdes.

Evolutivamente, las briofitas se encuentran entre las algas verdes y las plantas vasculares. Son las primeras plantas que “dejaron” el medio acuático para colonizar el ambiente terrestre, explicándose así la afinidad que tienen por lugares húmedos.

La mayoría de especies de briofitas son cosmopolitas, encontrándose en cualquier continente. Esta distribución tan amplia se debe a su dispersión por esporas, que fácilmente son trasladadas por el agua y el viento. Además, cuando ellas aparecieron, unos 300 millones de años atrás, las masas continentales estaban unidas, formando un único continente. Por ello, las especies de musgos y hepáticas de distribución restringida son más bien raras.

Pero los Andes ecuatorianos están llenos de rarezas… La gran cantidad de recovecos, depresiones y pendientes constituyen barreras geográficas que favorecen la existencia de un gran número de plantas endémicas, es decir, que no crecen en ningún otro lugar. Tanto así que el 75 por ciento de las plantas que solo crecen en el país están en los Andes.

La mayoría de los valles y crestas tienen sus propias endémicas, y convierten a la región andina en una fuente de plantas raras, exigentes y caprichosas en sus preferencias de hábitat. Es como un bargueño saturado de compartimentos y cajoncitos, cada uno lleno de joyas de la flora, irrepetibles en los demás. Los ojos de Spruce lo distinguían, y así encontró en los Andes el paraíso para sus estudios de diversidad.

Pero Spruce no solo tenía buen ojo para los musgos. Llegó al Ecuador con una misión específica: llevarse plantas de cinchona para empezar su cultivo en las colonias británicas, empresa cuyo éxito privó al Ecuador de los beneficios económicos (ver ETI no. 44). Además, durante su estancia en Tungurahua, Spruce se dedicó a descifrar el derrotero de Valverde, document o que indica la ruta al rescate de Atahualpa que, según la leyenda, se encuentra en una laguna en los Llanganates. La botánica le dio fama y fortuna, mientras la búsqueda del tesoro no le dejó ni un centavo. Sin embargo, sus seguidores hasta ahora se internan con sus notas en los Llanganates, con igual ahínco que Gradstein y Jost tras la pista de Myriocolea irrorata.

Una plantita y un río singulares

El género Myriocolea y su única especie (irrorata) solo crecen en la zona del río Topo. Su redescubrimiento y la amenaza por el proyecto hidroeléctrico motivaron a Santiago Yandún, estudiante de biología de la PUCE, a investigar la ecología de esta especie.

Resulta que esta planta es realmente exigente y caprichosa. Además que solo crece a orillas del río Topo, lo hace exclusivamente entre 1 200 y 1 700 metros de altitud, en los primeros cinco metros desde las orillas, pues necesita una gran cantidad de luz y el vaivén de las aguas cristalinas que la dejan temporalmente sumergida. Adicionalmente, al ser epifita, se hospeda en otras plantas, pero no pueden ser otros que unos pequeños arbustos que crecen en la zona, Cuphaea bombonazae.

¿Qué tiene de especial el río Topo para que Myriocolea irrorata lo prefiera? Este río nace en la cordillera de los Llanganates, en el Cerro Hermoso o Tupu. Los suelos de esta cordillera son graníticos (a diferencia de los del resto de los Andes, que son volcánicos), por lo que no retienen agua. Al estar en una zona muy lluviosa, el agua se escurre rápidamente y llega al río, que crece de repente, y con igual prontitud el caudal vuelve a su nivel original.

Además, la forma peculiar de los taludes del río constituye una barrera geográfica que, al parecer, dificulta que la hepática colonice riberas cercanas. Lou Jost recorrió otros ríos de la zona buscando la Myriocolea irrorata, pero sin mayor éxito. Solo la encontró a orillas del río Zuñag, el más cercano al río Topo, en una superficie que a duras penas llega al metro cuadrado. Al parecer, ahí las condiciones no son tan apropiadas.


El Topo y la conservación

Dadas estas exigencias ecológicas, la Myriocolea irrorata está en peligro crítico de extinción. Es fácil comprender cómo un proyecto hidroeléctrico podría afectar a su población, pues el proceso de construcción enturbiaría las aguas, y un embalse del río alteraría el caudal y su dinámica.

A pesar de que esto es muy evidente, el primer estudio de impacto ambiental realizado en 2006 por la compañía Entrix ni siquiera nombraba a la Myriocolea irrorata, como tampoco a algunas especies de orquídeas locales incluidas en el Libro Rojo de las Plantas Endémicas del Ecuador (2000). Bajo este argumento, en julio de 2006, la Cámara Provincial de Turismo de Tungurahua interpuso una demanda de amparo constitucional cuestionando la licencia ambiental emitida por el CONELEC al proyecto Topo. Ese fue el inicio de una larga historia de apelaciones del sector ambientalista y turístico, y de promesas de PEMAF, que asegura que la central hidroeléctrica no causará daños, y que más bien apoyará al desarrollo de la comunidad y del país.

El proyecto se encuentra paralizado y bajo análisis en la Secretaría del Agua.


La población está dividida. Los que se oponen al proyecto, además de defender las plantas endémicas, argumentan que el estado ya les arruinó el paisaje con los proyectos de Agoyán y San Francisco, y que una represa más perjudicaría los atractivos turísticos que quedan. Un grupo de kayakeros que se movilizan en torno a la conservación de los ríos han manifestado su preocupación, no solo por este proyecto sino también por la forma en que se realizan otros
proyectos hidroeléctricos en el país. Ellos proponen maneras alternativas para captar energía, sensibles a la geomorfología de los ríos, que se integren al paisaje y que no interrumpan el paso de especies acuáticas ni de sus botes.

Los personeros de PEMAF argumentan que también hay razones ambientales para construir el proyecto, pues es una fuente alternativa de energía. Al contrario que la mitad de la energía eléctrica que utiliza el país, producida a partir de diesel, la energía hidroeléctrica emite poco CO2, además de ahorrarle al país la costosa importación de combustibles y de energía colombiana.

En definitiva, en el Topo se recrea el viejo dilema: conservación versus desarrollo. Otra especie cuyo destino está en manos del ser humano… ¿Cuántas ya habremos aniquilado y cuántas más serán necesarias para volvernos “desarrollados”? En el caso de la Myriocolea irrorata, lo dramático es que conocemos de antemano la consecuencia de nuestras decisiones sobre el Topo: la extinción.

Por las características geográficas del territorio en que vivimos los ecuatorianos, estamos parados sobre una “mina” de endemismos y de especies únicas, de relaciones ecológicas tan complejas que estamos muy lejos de poder entender. ¿Cuál es nuestra responsabilidad ante esta realidad? ¿No será que estas tierras, que han engendrado tantas especies únicas, podrán generar opciones de
desarrollo originales y creativas acordes con el lugar en que vivimos?

Dicen que las aguas del Topo están encantadas…

*Marisol Ayala es bióloga, especializada en educación y comunicación ambiental. solitayala@gmail.com Susana León es profesora de la Escuela de Biología de la PUCE.

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