Enero 1999
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

 

 

Por Paúl Tufiño
Ilustración F.G.Wetisch

Alexander von Humboldt
continuación (2/4)

Uno de los campamentos organizado dentro de su largo recorrido.

Luego, a través del esperado canal del Casiquiare, de vuelta al Orinoco, y remontando las cataratas de Atures y Maypures, al puerto de Angostura. Durante esta travesía, sus ojos descubrieron un mundo absolutamente nuevo.

“Del 14 al 21 de mayo dormimos constantemente al aire libre; pero no puedo Indicar los puntos donde nos deteníamos. Estas regiones eran tan salvajes y tan poco frecuentadas, que con excepción de unos pocos ríos, los indios ignoraban los nombres de todos los objetos que situaba con el compás”.

Después de explorar esta zona, viajó hacia Cartagena, La Habana y Bogotá donde permaneció 2 meses. Ahí Humboldt conoció al botánico Mutis, sacerdote, médico y naturalista español que dirigió la Real Expedición Botánica en 1783, cuyo resultado fue la obra Flora de Bogotá o de Nueva Granada.

El 8 de septiembre de 1801, luego de que Bonpland se recuperó de una enfermedad, Humboldt dirigió su expedición hacia Quito. Su ruta empezó en el río Magdalena, atravesó el paso de Quindiu, uno de los más difíciles de la cordillera. Esta región era tan pantanosa que tuvo que llevar bueyes como animales de carga, en lugar de mulas. Visitó el volcán de Popayán, el páramo de Almaguer y la alta meseta de Pasto, en el sur de Colombia. La expedición llegó a Quito en los primeros días de enero de 1802. Humboldt describió a esta ciudad como amable, pero fría y nublada. Prácticamente se desconocen los pormenores de la vida que llevaron en Quito, pero podemos suponer que disfrutaron de la ciudad en más de una manera.

“La ciudad respira una atmósfera de lujuria y voluptuosidad, quizá en ninguna otra parte exista una población tan enteramente entregada a la búsqúeda del placer. Al punto que un hombre puede acostumbrarse por sí solo a dormir en paz a dos dedos del precipicio”.

Humboldt permaneció en Quito durante seis meses disfrutando de la compañía de algunas de las más importantes familias feudales de la ciudad. Se alojaron donde Juan Pío Aguirre y Montúfar, Marqués de Selva Alegre y gobernador de la Provincia. Su hijo Carlos Montúfar se convertiría en compañía inseparable de Humboldt durante su expedición por Sudamérica.

Durante esta permanencia dedicó gran parte de su tiempo y energía a la exploración e investigación de los volcanes de la zona: Pichincha, Cotopaxi, Antisana, Tungurahua, Illiniza, Chimborazo y otros. En aquellos tiempos, los efectos fisiológicos de la altitud eran desconocidos, y quien se preparaba a escalar una montaña simplemente se colocaba un poncho sobre la ropa del diario. Su primera ascensión al Pichincha fue un fracaso. Sufrió ataques de vértigo y desmayos.

Sin vacilar, organizó una segunda expedición al volcán. Al llegar al cráter, describe la dantesca visión:

“La garganta del volcán formaba un agujero circular de alrededor de dos kilómetros de circunferencia y sus toscos bordes negros se precipitaban hacia abajo en un impenetrable abismo”.

Humboldt constató aquella vez que el Pichincha se encontraba activo. Calculó que había alcanzado una altitud muy cercana a los 4.572 metros, y no fue hasta bien pasada la media noche del 27 de mayo, después de 18 horas de caminata continua, que regresó a Quito.


inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 2


continúa

 

portada inicio archivo subscripción inicio portada archivo subscripción