Luego,
a través del esperado canal del Casiquiare,
de vuelta al Orinoco, y remontando las cataratas
de Atures y Maypures, al puerto de Angostura.
Durante esta travesía, sus ojos descubrieron
un mundo absolutamente nuevo.
“Del 14 al 21 de mayo dormimos constantemente
al aire libre; pero no puedo Indicar los puntos
donde nos deteníamos. Estas regiones
eran tan salvajes y tan poco frecuentadas, que
con excepción de unos pocos ríos,
los indios ignoraban los nombres de todos los
objetos que situaba con el compás”.
Después de explorar esta zona, viajó
hacia Cartagena, La Habana y Bogotá donde
permaneció 2 meses. Ahí Humboldt
conoció al botánico Mutis, sacerdote,
médico y naturalista español que
dirigió la Real Expedición Botánica
en 1783, cuyo resultado fue la obra Flora de
Bogotá o de Nueva Granada.
El 8 de septiembre de 1801, luego de que Bonpland
se recuperó de una enfermedad, Humboldt
dirigió su expedición hacia Quito.
Su ruta empezó en el río Magdalena,
atravesó el paso de Quindiu, uno de los
más difíciles de la cordillera.
Esta región era tan pantanosa que tuvo
que llevar bueyes como animales de carga, en
lugar de mulas. Visitó el volcán
de Popayán, el páramo de Almaguer
y la alta meseta de Pasto, en el sur de Colombia.
La expedición llegó a Quito en
los primeros días de enero de 1802. Humboldt
describió a esta ciudad como amable,
pero fría y nublada. Prácticamente
se desconocen los pormenores de la vida que
llevaron en Quito, pero podemos suponer que
disfrutaron de la ciudad en más de una
manera.
“La ciudad respira una atmósfera
de lujuria y voluptuosidad, quizá en
ninguna otra parte exista una población
tan enteramente entregada a la búsqúeda
del placer. Al punto que un hombre puede acostumbrarse
por sí solo a dormir en paz a dos dedos
del precipicio”.
Humboldt
permaneció en Quito durante seis meses
disfrutando de la compañía de
algunas de las más importantes familias
feudales de la ciudad. Se alojaron donde Juan
Pío Aguirre y Montúfar, Marqués
de Selva Alegre y gobernador de la Provincia.
Su hijo Carlos Montúfar se convertiría
en compañía inseparable de Humboldt
durante su expedición por Sudamérica.
Durante esta permanencia dedicó gran
parte de su tiempo y energía a la exploración
e investigación de los volcanes de la
zona: Pichincha, Cotopaxi, Antisana, Tungurahua,
Illiniza, Chimborazo y otros. En aquellos tiempos,
los efectos fisiológicos de la altitud
eran desconocidos, y quien se preparaba a escalar
una montaña simplemente se colocaba un
poncho sobre la ropa del diario. Su primera
ascensión al Pichincha fue un fracaso.
Sufrió ataques de vértigo y desmayos.
Sin vacilar, organizó una segunda expedición
al volcán. Al llegar al cráter,
describe la dantesca visión:
“La garganta del volcán formaba
un agujero circular de alrededor de dos kilómetros
de circunferencia y sus toscos bordes negros
se precipitaban hacia abajo en un impenetrable
abismo”.
Humboldt constató aquella vez que
el Pichincha se encontraba activo. Calculó
que había alcanzado una altitud muy cercana
a los 4.572 metros, y no fue hasta bien pasada
la media noche del 27 de mayo, después
de 18 horas de caminata continua, que regresó
a Quito.
|