Dicen que las aguas de los Llanganates están encantadas y por eso suben y bajan abruptamente, amenazando la vida de quien se aventure hacia la implacable cordillera. Pocos son los que se arriesgan a hacerlo, muchos de ellos encandilados por la idea de encontrar el tesoro de los incas.
En estas misteriosas montañas nacen las aguas del río Topo, que en 1857 dejaron atrapado por varios días a Richard Spruce, un botánico inglés que venía desde Canelos hacia Baños. En sus Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, Spruce registra su impresión del río:
Hasta donde la mirada podía
seguir río arriba y río abajo hasta su
desembocadura en el Pastaza, el Topo era una torrentosa masa líquida que avanzaba produciendo un estrépito al chocar contra las rocas de tal forma que el suelo temblaba incluso a cierta distancia de las orillas.
Para cruzar el Topo, los guías y porteadores que acompañaban al botánico construyeron cuatro puentes entre las rocas del río, amarrando cañas guadúas con lianas. Lo hicieron con mucha rapidez, pues tenían que pasar por ellos antes de que el río creciera nuevamente y se los llevara.
Durante su obligada espera, Spruce encontró una plantita muy singular, del grupo de las hepáticas (que junto con los musgos conforman las briofitas), que crecía a orillas del río Topo. El botánico quedó fascinado, ya que era un especialista en este grupo de plantas, y la consideró el mayor hallazgo de su viaje. La llamó Myriocolea irrorata.
Nadie más volvió a distinguir a la extraordinaria hepática después de aquel día. Desde entonces, varios botánicos visitaron la zona esperando encontrarla. Como ninguno tenía éxito, la consideraban extinta.
En 2001, el doctor Rob Gradstein de la Universidad de Gottingen, Alemania, llegó al Ecuador con la esperanza de encontrar la Myriocolea irrorata, pero necesitaba a un conocedor de la región que le pudiera guiar. Así fue como contactó a Lou Jost, un estadounidense radicado en Baños por más de trece años, dedicado
al estudio de orquídeas. Juntos siguieron el trayecto de Spruce en los alrededores del caserío de Topo sin mayor suerte. Al día siguiente continuaron la exploración, pero dieciséis kilómetros río arriba. ¡Finalmente…, allí estaba!… sobre unos arbustos que crecen a orillas del río. La descripción que había hecho Spruce era inconfundible. Gradstein estaba tremendamente emocionado.

Al mirarla se puede comprender por qué Spruce llamó a esta plantita de esta forma. Son palabras latinas muy descriptivas para los entendidos. Myriocolea significa “miles de colas”, y se refiere a que tiene muchas estructuras reproductivas alargadas, e irrorata, que significa irrigada, es un término que ilustra bien las condiciones ecológicas de esta planta, salpicada por las aguas del río y sumergida temporalmente durante las crecientes.
Irónicamente, pocos años más tarde del redescubrimiento, en 2005, el Consejo Nacional de Electricidad (CONELEC) otorgaba la licencia ambiental para la construcción y operación del proyecto
hidroeléctrico Topo, amenazando a Myriocolea irrorata.
Esta plantita que se había mantenido en el anonimato por más de 150 años cobraba fama y se convertía en un emblema para la conservación y un dolor de cabeza para la empresa Proyectos Energía Medio Ambiente (PEMAF), responsable del proyecto.
Un bargueño de diversidad
Myriocolea irrorata es una hepática que no llama la atención de los ojos comunes. Sin embargo, los musgos y hepáticos son responsables de gran parte del aspecto encantador y mágico de los bosques nublados y páramos (como del encanto de los nacimientos “ecuatorianos”, aunque difiera bastante del aspecto desértico de Judea). Las briofitas que penden del dosel de los árboles son como esponjas, y retienen entre veinte y cuarenta por ciento del agua del bosque andino. Ellos forman el sustrato para que crezcan otras plantas epifitas como bromelias, orquídeas, helechos, que en conjunto forman el hábitat para un sinnúmero de animales. En cambio, en los páramos cubren el suelo formando tapetes verdes.
Evolutivamente, las briofitas se encuentran entre las algas verdes y las plantas vasculares. Son las primeras plantas que “dejaron” el medio acuático para colonizar el ambiente terrestre, explicándose así la afinidad que tienen por lugares húmedos.
La mayoría de especies de briofitas son cosmopolitas, encontrándose en cualquier continente. Esta distribución tan amplia se debe a su dispersión por esporas, que fácilmente son trasladadas por el agua y el viento. Además, cuando ellas aparecieron, unos 300 millones de años atrás, las masas continentales estaban unidas, formando un único continente. Por ello, las especies de musgos y hepáticas de distribución restringida son más bien raras.
Pero los Andes ecuatorianos están llenos de rarezas… La gran cantidad de recovecos, depresiones y pendientes constituyen barreras geográficas que favorecen la existencia de un gran número de plantas endémicas, es decir, que no crecen en ningún otro lugar. Tanto así que el 75 por ciento de las plantas que solo crecen en el país están en los Andes.
La mayoría de los valles y crestas tienen sus propias endémicas, y convierten a la región andina en una fuente de plantas raras, exigentes y caprichosas en sus preferencias de hábitat. Es como un bargueño saturado de compartimentos y cajoncitos, cada uno lleno de joyas de la flora, irrepetibles en los demás. Los ojos de Spruce lo distinguían, y así encontró en los Andes el paraíso para sus estudios de diversidad.
Pero Spruce no solo tenía buen ojo para los musgos. Llegó al Ecuador con una misión específica: llevarse plantas de cinchona para empezar su cultivo en las colonias británicas, empresa cuyo éxito privó al Ecuador de los beneficios económicos (ver ETI no. 44). Además, durante su estancia en Tungurahua, Spruce se dedicó a descifrar el derrotero de Valverde, document o que indica la ruta al rescate de Atahualpa que, según la leyenda, se encuentra en una laguna en los Llanganates. La botánica le dio fama y fortuna, mientras la búsqueda del tesoro no le dejó ni un centavo. Sin embargo, sus seguidores hasta ahora se internan con sus notas en los Llanganates, con igual ahínco que Gradstein y Jost tras la pista de Myriocolea irrorata.
Una plantita y un río singulares
El género Myriocolea y su única especie (irrorata) solo crecen en la zona del río Topo. Su redescubrimiento y la amenaza por el proyecto hidroeléctrico motivaron a Santiago Yandún, estudiante de biología de la PUCE, a investigar la ecología de esta especie.
Resulta que esta planta es realmente exigente y caprichosa. Además que solo crece a orillas del río Topo, lo hace exclusivamente entre 1 200 y 1 700 metros de altitud, en los primeros cinco metros desde las orillas, pues necesita una gran cantidad de luz y el vaivén de las aguas cristalinas que la dejan temporalmente sumergida. Adicionalmente, al ser epifita, se hospeda en otras plantas, pero no pueden ser otros que unos pequeños arbustos que crecen en la zona, Cuphaea bombonazae.
¿Qué tiene de especial el río Topo para que Myriocolea irrorata lo prefiera? Este río nace en la cordillera de los Llanganates, en el Cerro Hermoso o Tupu. Los suelos de esta cordillera son graníticos (a diferencia de los del resto de los Andes, que son volcánicos), por lo que no retienen agua. Al estar en una zona muy lluviosa, el agua se escurre rápidamente y llega al río, que crece de repente, y con igual prontitud el caudal vuelve a su nivel original.
Además, la forma peculiar de los taludes del río constituye una barrera geográfica que, al parecer, dificulta que la hepática colonice riberas cercanas. Lou Jost recorrió otros ríos de la zona buscando la Myriocolea irrorata, pero sin mayor éxito. Solo la encontró a orillas del río Zuñag, el más cercano al río Topo, en una superficie que a duras penas llega al metro cuadrado. Al parecer, ahí las condiciones no son tan apropiadas.